Extranyos. Somos extranyos rodeados de más extranyos, y por alguna ley no escrita, no traspasamos los límites, no invadimos nuestros espacios aunque a veces lo estemos deseando. aunque a veces sea el otro quien lo esté pidiendo a gritos. Extranyos, ajenos siempre al de al lado, al vecino, a la persona con la que nos cruzamos cada manyana en el Metro, a los miles de desconocidos de los que no sabemos nada y simplemente vemos un día en la calle, sin nombre, sin voz, sin ojos casi porque aunque los tengan, nos resistimos a cruzar las miradas.
Como me cuesta contener mis emociones, y de hecho no es algo que intente ni siquiera, he llorado muchas veces en la calle, en el autobús, en un parque o en un aeropuerto. Sólo una vez alguien rompió esa barrera (casi) infranqueable que levantamos entre unos y otros (extranyos de nuevo) para acercarse a mí en uno de esos momentos. Yo nunca he llegado a hacerlo, y también he visto a gente llorando cerca de mí, lágrimas surcándole el rostro, a veces ente hipidos. Pero la barrera ha sido siempre más fuerte que mis ganas, una barrera de incomodidad también, no estamos acostumbrados a tratar con sentimientos negativos, con tristeza, rabia, dolor.
Sigo recordando -ya un poco borrosa, eso sí- la ocasión en que alguien, a pesar de que yo era una de esas extranyas sin nombre, se dirigió a mí. Lloraba tanto que me había llegado a sentar en un banco de la calle, recuerdo la sensación de indefensión -tampoco a mí me gusta llorar en público, es quedar expuesta, sentirme doblemente vulnerable-, y la angustia que iba saliendo en forma de llanto incontrolable. La gente pasaba sin reparar en mí, además de extranyos a veces somos invisibles o andamos dentro de nuestra propia burbuja que nadie traspasa... Yo sí les veía, un poco avergonzada por no estar conteniéndome, ya digo, sintiéndome expuesta, vulnerable, descontrolada. Y en un momento dado, un hombre que llevaba una bici -y que había pasado en sentido contrario hacía un rato largo- se me acercó y me dio una servilleta en la que había dibujado una cara sonriente y una sola palabra bajo ella: "Smile!". Me sonrió, me dio un apretón en el brazo y se fue.
Sigo recordando ese momento, que sirvió bastante para que se aplacara mi angustia, y me sigue sorprendiendo cómo cruzó la barrera que casi nadie cruza, cómo hubo ahí aquel guinyo entre extranyos. Sin palabras, pero consiguió acercarse en un momento en que yo lo necesitaba, aunque fuera un total desconocido con el que no he vuelto a cruzarme jamás.
Pero sé que no es lo corriente. Que lo normal es que seamos extranyos que no se tocan, cada uno andando en nuestro propio camino sin hacer caso a los otros caminantes con los que nos cruzamos. Sin invadirnos, sin acercarnos siquiera, mucho menos pensando en llamar a la puerta de alguno de esos desconocidos, ajenos los unos a los otros, cada cual en su burbuja, aislados. Extranyos sin nombre, sin voz, sin más cuerpo que ése que esquivamos.
Luego nos quejamos del frío, pero cómo no tenerlo si lo alimentamos cada día...
Como me cuesta contener mis emociones, y de hecho no es algo que intente ni siquiera, he llorado muchas veces en la calle, en el autobús, en un parque o en un aeropuerto. Sólo una vez alguien rompió esa barrera (casi) infranqueable que levantamos entre unos y otros (extranyos de nuevo) para acercarse a mí en uno de esos momentos. Yo nunca he llegado a hacerlo, y también he visto a gente llorando cerca de mí, lágrimas surcándole el rostro, a veces ente hipidos. Pero la barrera ha sido siempre más fuerte que mis ganas, una barrera de incomodidad también, no estamos acostumbrados a tratar con sentimientos negativos, con tristeza, rabia, dolor.
Sigo recordando -ya un poco borrosa, eso sí- la ocasión en que alguien, a pesar de que yo era una de esas extranyas sin nombre, se dirigió a mí. Lloraba tanto que me había llegado a sentar en un banco de la calle, recuerdo la sensación de indefensión -tampoco a mí me gusta llorar en público, es quedar expuesta, sentirme doblemente vulnerable-, y la angustia que iba saliendo en forma de llanto incontrolable. La gente pasaba sin reparar en mí, además de extranyos a veces somos invisibles o andamos dentro de nuestra propia burbuja que nadie traspasa... Yo sí les veía, un poco avergonzada por no estar conteniéndome, ya digo, sintiéndome expuesta, vulnerable, descontrolada. Y en un momento dado, un hombre que llevaba una bici -y que había pasado en sentido contrario hacía un rato largo- se me acercó y me dio una servilleta en la que había dibujado una cara sonriente y una sola palabra bajo ella: "Smile!". Me sonrió, me dio un apretón en el brazo y se fue.
Sigo recordando ese momento, que sirvió bastante para que se aplacara mi angustia, y me sigue sorprendiendo cómo cruzó la barrera que casi nadie cruza, cómo hubo ahí aquel guinyo entre extranyos. Sin palabras, pero consiguió acercarse en un momento en que yo lo necesitaba, aunque fuera un total desconocido con el que no he vuelto a cruzarme jamás.
Pero sé que no es lo corriente. Que lo normal es que seamos extranyos que no se tocan, cada uno andando en nuestro propio camino sin hacer caso a los otros caminantes con los que nos cruzamos. Sin invadirnos, sin acercarnos siquiera, mucho menos pensando en llamar a la puerta de alguno de esos desconocidos, ajenos los unos a los otros, cada cual en su burbuja, aislados. Extranyos sin nombre, sin voz, sin más cuerpo que ése que esquivamos.
Luego nos quejamos del frío, pero cómo no tenerlo si lo alimentamos cada día...
Me encanta la anécdota, contribuye a reconciliarme con el mundo. :)
ResponderEliminarY esa barrera existe, y es normal. En mi caso es el miedo a que te digan "métete en tus asuntos"... cada uno tendrá su excusa, supongo.
:-)
ResponderEliminarCuáaaanta razón, Gacelita.
Mks.
Cada vez actuamos con mayor independencia sin pensar lo que los demás podrán necesitar.
ResponderEliminarSí, y cada vez hace más frío...
ResponderEliminarEste post me ha gustado muchísimo. Tienes la habilidad de expresar con la palabra escrita lo mismo que yo siento y no soy capaz de describir.
Qué bonito detalle el del hombre de la bicicleta. Las excepciones hacen que todavía tenga esperanza en las relaciones interpersonales.
Un abrazo y una sonrisa.
La calidad humana es increíble..a parte de las mascaras, crueldades,que tienen su origen en el miedo..A veces,aquella se habre paso con toda humildad...Eso me hace llorar..de felicidad.
ResponderEliminarah!una palmadita,niña,que todo se soluciona.bsss
Sí señor, no estamos acostumbrados a tratar con sentimientos negativos, con tristeza, rabia, dolorbarradebilidad.
ResponderEliminarDejar de alimentar el frío... este es un gran reto.
Una historia preciosa, por cierto.
ñ_ñ
Que razon tienes y que cierto es, somos asi. Siempre me pregunto por que?, con lo bonito que es implicarse.
ResponderEliminarYo hace tiempo me acerque a alguien que estaba llorando. Pero con los años la misma sociedad te hace mas frio, mas distante. Verdaderamente una pena.
Bss
La soledad urbana es la mas triste, rodeada de un río de gente alienada. Pero siempre existe el que busca en ese río, la humanidad y las miradas.
ResponderEliminarGran post. No se puede esperar a leer los siguientes:)
ResponderEliminarMuchas veces no nos atrevemos a tan siquiera abrir esos espacios, dejar de tener esa distancia, es increíble que hay tantos momentos desapercibidos prestemos atención y no seamos más los espectadores, interactuemos que podemos perder, buen post, me gusto mucho más porque yo he roto esa barrera bastantes veces y es muy gratificante darte cuenta que todos tenemos una historia que contar.
ResponderEliminar"Luego nos quejamos del frío, pero cómo no tenerlo si lo alimentamos cada día..." Fabulosa
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