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martes, septiembre 03, 2013

Mi mundo ajeno (II)


Tengo una pistola
por si un día todo falla
en vez de hacer la cola
poder saltar la valla.

Tengo una pistola
por si un día todo falla,
pero no tengas miedo:
ahora no está cargada.

("Tengo una pistola"
Christina Rosenvinge)

Antes, hace tiempo, media vida atrás, empecé a sentirme atrapada en un mundo que no era el mío, mi mundo ajeno lo llamaba, un mundo en el que no conseguía nadar sin tragar agua, no podía levantar la vista al cielo sin que el sol me cegara y me dejara en una oscuridad eterna, un mundo en el que, aunque hubiera quien me tachara de teatrera, sufría sin teatro alguno muy por encima de mis posibilidades, ahora que tan de moda está la coletilla.

Entonces, hace tiempo, esa media vida atrás, aprendí que necesitaba una vía de escape, necesitaba esa pistola de la que habla Christina Rosenvinge en su canción, una que me permitiera saltar la valla si llegaba la necesidad. Porque quería sentir que si estaba en este mundo era porque quería, no porque no me atreviera a irme de él por la vía rápida de tirarse desde una ventana o a un tren subterráneo. No quiero sentirme atrapada, no quiero que cada día sea una losa que me atrape bajo su peso y yo me quede inmóvil, ahogada día tras día con un peso que no sé cargar.

Pero hace tiempo, mucho menos, sólo un trocito de vida atrás, empecé a sentir que encontraba un lugar en este mundo que comenzaba, de a poquitos, a hacer algo mío. Conocí a alguna gente que eligió libremente permanecer a mi lado en momentos oscuros de llanto y drama y dolor exagerado, mi cabecita loca pareció estabilizarse un poco y yo empecé a contarme un cuento de la lechera en el que había hasta ninyos en un futuro en el que mi cabecita no estaría tan loca y no habría píldoras de colores ni inyecciones mensuales que mantuvieran la locura a más de diez pasos de mí. 

Tonta, ingenua, ilusa como la lechera del cuento, la historia no siguió los pasos que yo había previsto. Pero en ese tiempo de construir castillos de arena sin pensar en las mareas que habrían de subir, olvidé que necesitaba mantener mi vía de escape lista por si venían tiempos peores, descuidé mis obligaciones (y bien que lo estoy pagando), corté las mangas a las chaquetas pensando que no vendría de nuevo el invierno.

Y el invierno ha llegado y yo no tengo mis defensas listas, ni he adquirido víveres ni siquiera ha avisado el vigía apostado en el Muro. Así que ahora, recuperada una pistola que guardé bajo alguno de los azulejos sueltos de la cocina, ando buscando por las alcantarillas alguna bala perdida, una bala de una trinchera que no llegara a dispararse entonces y que pueda garantizarme una salida como la que me he ganado -dormida, tranquila, suavemente arropada por un edredón cálido-. Porque yo quiero elegir dónde y hasta cuándo estoy aquí, en este mundo que sentí propio mientras duró el largo verano y que hoy se ha vuelto frío, ajeno como el de antes, hace tiempo, media vida atrás.

Pero no tengas miedo. Ahora no está cargada.

[La imagen que encabeza este post pertenece a Jon Kuta, puedes acceder a su web haciendo click en su nombre]

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