Cada una de nuestras identidades está formada por multitud de referencias, por un sentimiento de pertenencia a distintos grupos, por un resumen de nuestros gustos y capacidades, entre otros factores. Así, por ejemplo, yo soy una chica madrileña, bajita, soñadora y risueña a la que le gustan los gatos, leer y escribir, las redes sociales y el mundo virtual, los idiomas, que tiene los ojos verdes, ganas de visitar Venecia, asma… y un trastorno mental.
El trastorno mental es sólo una parte más de nosotros, que define sólo un trocito de lo que somos, pero no nos reducimos a eso. Todos somos mucho más que un diagnóstico, que no deja de ser simplemente una etiqueta para orientar quizás mejor a tus profesionales o familiares cercanos o incluso a ti mismo en algunas ocasiones… pero sería un error si hiciéramos de nuestro diagnóstico el centro en torno al cual ponernos a dar vueltas.
Aun sabiendo esto, y quizás por el autoestigma, muchas veces tendemos a reducir gran parte de nuestra identidad a nuestro trastorno, olvidándonos de nuestra riqueza interior y centrándonos en que, sobre y ante todo, llevamos esa enfermedad con nosotros. En mi caso cuando yo hago esto me centro en mis limitaciones, mis “no puedo”, me pongo más barreras para encontrar cosas que me gusten y a las que quiera dedicar mi tiempo, y en definitiva, me hago la vida un poco más difícil de lo que ya es de por sí.
Porque casi siempre se habla de las connotaciones que lleva consigo tener un trastorno mental en negativo. Sufres un trastorno mental, padeces un trastorno mental. Por eso me gusta el sobretítulo que aparece en la página web de ActivaMent: “Colectivo activo de personas con la experiencia del trastorno mental”. Por todo, desde la palabra “colectivo” (el sistema nos quiere aislados, pero nos tendrán en común, y juntos y organizados resulta más fácil cambiar las cosas que aislados e incomunicados), siguiendo por “activo” (no nos resignamos de forma pasiva, sino que elegimos ser activos y actuar), hasta llegar al “con la experiencia del trastorno mental” (no somos simplemente enfermos, no es esa la característica que nos define como una totalidad, sino que tenemos en nuestra experiencia, junto a muchas otras, el haber pasado por un diagnóstico en salud mental, y nos juntamos con otras personas que, como nosotras, son mucho más que un enfermo). Y nos une también la necesidad de ser reconocidos como “personas” (la última de las palabras que aparece en esa frase en la web de ActivaMent), personas completas, distintas, no sólo un diagnóstico en un informe médico. Somos mucho más que una etiqueta en un manual de psiquiatría.
Yo misma, cuando escribo esto, me doy cuenta de que no siempre soy capaz de vivirlo así. Cuántas veces, al conocer a alguien, he sentido miedo de cuando llegara el momento de decirle que tenía diagnosticada una discapacidad de salud mental. Cuántas veces, al querer hacer alguna función de voluntariado en mi barrio, me habré sentido incómoda ante la pregunta: “¿Y por qué no trabajas?”, con miedo a decir que estaba de baja por pasar por un momento de crisis, por una mala racha, por estar todavía recuperándome de algún ingreso. Como si lo más importante que tuviera que saber quien me conoce fuera que tengo una dolencia mental, ese diagnóstico, esa etiqueta que parece cubrirme por completo.
Pero no. Porque si, ya con una pensión por incapacidad laboral, decido dedicar unas pocas horas a la semana a alguna labor de voluntariado, lo que debe importar es mi capacidad de compromiso, de responsabilidad con mis tareas, mis ganas de participar en la comunidad, y no los prejuicios que tenga la gente sobre la supuesta dificultad de relación de las personas con problemas de salud mental, y mucho menos sus prejuicios sobre los supuestos e hipotéticos problemas que llevamos con nosotros las personas con trastornos mentales a los lugares en los que participamos.
Por eso, yo misma tengo que recordarme a menudo que soy mucho más que mi diagnóstico, que mi vida no está sólo limitada en cuatro paredes por mi trastorno mental. Que puedo y debo hacer cosas, participar en mi comunidad, en mi barrio, en mi ciudad, que puedo y debo levantar la voz ante lo que considero injusto, que puedo y debo unirme a otras personas con problemáticas similares para defendernos y apoyarnos mutuamente, como se hace en ActivaMent. Y no anclarme en el no puedo, porque estoy “enferma”, porque es fácil que llegue a ser una trampa que nos ponemos para reducir nuestras actividades a una zona de confort en la que no tenemos que enfrentarnos a retos, pero a la vez, al menos en mi caso soy consciente de que son esos retos los que hacen de mi vida algo que merece la pena.
Sólo espero que llegue un día que yo también haya interiorizado del todo esto, y no me dé miedo que la gente sepa de mis problemas psiquiátricos porque ya no acarreen el gran estigma que hoy sí llevan consigo. Y que yo misma entienda que cuando alguien me conoce, mi diagnóstico no borra todo lo demás que hay en mí, sino que simplemente es una parte más de mi identidad, entre muchas otras cosas que también hablan de mí, de cómo y de quién soy.
He pasado por aquí, por su página , varias veces. Permítame decirle que es muy dfícil no tener ninguna discapacidad mental en un mundo como el que vivimos.Usted sabe muy bien que lo que nos separa a unos de otros no es más que una discapacidad global para empatizar, para comprender, para tener un algo de compasión (sin composición peyorativa ni religiosa. Solamente humana), para con los otros, sin cercanía. Ese es el mal del que padecemos con más fuerza que nunca porque son muchos lo horrores que vemos, oímos y leemos.
ResponderEliminarEscribe maravillosamente. No se rinda nunca. Se lo dice alguien ya gastada por la edad. Y no, no es una queja. Me parece muy hermoso lo que dice.