Nos dicen y nos acabamos creyendo que las personas enfermas no tenemos tanto que aportar como las personas sanas. Nos enseñan, especialmente a las mujeres, a ser cuidadoras, y no tanto a recibir también esos cuidados, o no a hacerlo -recibir nosotras los cuidados- sin sentirnos culpables por ese cambio de papeles. Nos enseñan mucho más a cubrir necesidades ajenas que a aceptar que nosotras también necesitamos.
Comparto un párrafo del libro que citaba el otro día:
"Usted ha hecho muchas cosas", dijo el bellísimo, menudo, doctor italiano que apareció un día en mi habitación como si fuera un gnomo. "Pero nunca ha sido una paciente. Ahora aprenderá a ser una paciente. Será duro para usted". Fue críptico y correcto. Lo último que quería era ser una paciente. No me gustaban los enfermos. Para empezar, estaban enfermos. Enfermo era no bien, no capaz, no funcionando, no mejorando nada. Enfermo era rendirse, hundirse. Enfermo era perder el tiempo, no sumar. Enfermo era estar solo y atascado mientras el resto del mundo sano se movía. ("De pronto, mi cuerpo. Una memoria", Eve Ensler)
Apartamos a los enfermos, los metemos dentro de la caja de "personas no-capaces" y los consideramos de segunda. Tanto, que cuando nos toca a nosotros mismos, es fácil experimentar esas ideas que verbaliza Eve Ensler en ese párrafo. De repente, junto al peso del diagnóstico y los miedos que éste pueda traer, se añade la sensación de estar roto, de no ser válido, de ser una carga, de restar. Y creo que deberíamos hacer un trabajo conjunto, como sociedad, para no invisibilizar a las personas no sanas, y para darles el lugar que les corresponde, junto al resto, porque las personas tenemos muchísimo valioso que aportar y eso no cambia por un diagnóstico, por vivir con medicación, por necesitar quizás más cuidados que antes, ni siquiera por, en los casos que sea así, no poder seguir formando parte de la rueda del trabajo mercantilizado de forma temporal o incluso de forma más duradera.
Esto daría para un post aparte, cómo a veces nos parece que todo lo que hagamos fuera del trabajo remunerado no tiene valor, y si por nuestros problemas de salud nos vemos excluidos de esa esfera, la del trabajo remunerado, ya parece que no aportamos nada de valioso a los demás. Esa idea, como muchas de las que aparecen en el párrafo rescatado del libro, también es falsa. Pero mientras las personas con problemas de salud, sean estos físicos, emocionales, psicológicos o de la índole que sean, no tengamos el mismo peso en la sociedad y el mismo valor que quienes sí están sanos... no creo que lo veamos.
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