Desastre.
Imprevisto, innecesario, movimiento sísmico que no detectaron los sistemas electrónicos por avanzados que fueran, por muchos científicos que hubiera estudiándolos. No se despistaron, no dejaron de mirar, simplemente los sistemas no funcionaron, no alertaron, no podían hacerlo. Las placas tectónicas no se han movido por las fuerzas de la naturaleza -de eso sí habría habido aviso, siquiera unos segundos antes-, no, esto no ha sido natural en ningún caso sino provocado. Como el incendio que arrasa hectáreas de bosque frondoso porque tres, cuatro personas -previo intercambio bajo mano de billetes en algún sótano húmedo- han unido fuerzas para hacerlo estallar, un foco aquí otro allá y otro en la otra punta. No es un desastre de la naturaleza, es la acción de (malas) personas para destruir con tal de ganar algo a cambio.
Y como el terremoto que sigue asustando a la población de la ciudad ya venida abajo con sus numerosas réplicas los siguientes días; como el incendio que cuando parece extinguido -tras caer varios bomberos en el esfuerzo- vuelve a avivarse con que sople un pelín el viento... así este desastre de entre lunes y martes (hablamos de un terremoto largo y con inmensa capacidad destructora, un temblor de tierra bajo los pies que se extendía horas y horas) sigue con sus coletazos, infundiendo miedo y tirando abajo los escasos muros que aún quedan en pie.
La población afectada, además, no puede huir, no puede siquiera plantearse escapar, aunque fuera corriendo alejándose del epicentro. Probablemente ya no encontraría fuerzas para correr dadas las circunstancias, pero es que ni siquiera andar poniendo distancia es una opción factible.
Así, solo queda mirar alrededor con los ojos húmedos, enrojecidos, incrédulos, preguntándonos -una vez más, esta sensación es una vieja conocida- cómo es posible que la estabilidad sea tan frágil, cómo es posible que todo lo construido con tanto esmero, cariño y esfuerzo; todo lo que había llevado tanto tiempo ir levantando, piedra a piedra; terreno antes estéril en el que fuimos plantando semilla a semilla hasta hacerlo jardín; hogar que ya hace años salió de la nada, salió de un montón de escombros gracias a que yo, y Él, y un (buen) puñado de gente enormemente valiosa -sacada primero de las entrañas de la Red de Redes, sacadas un tiempito después de entre toda esa gente que se sentaba en el suelo de una plaza hiciera sol o lloviera y levantando sus manos y agitándolas en gesto de asentimiento por encima de sus cabezas, soñaban mundos nuevos que acercaban a ser reales-, gracias como digo a que di, dimos, con esa gente que no dudó en hacerse albañil y arquitecto y delineante y lo que hiciera falta para tomar las herramientas conmigo, con nosotros, y ayudarnos a apuntalar los techos, a reforzar los muros, primero de un rinconcito y luego de una habitación y más tarde de la casa entera y el edificio y los edificios adyacentes y todo un barrio y la ciudad... Cómo es posible -aún no lo creo- que todo eso esté derruido y no encontremos un lugar donde ponernos a salvo, donde resguardarnos siquiera unos minutos del sol abrasador, o el granizo que se clava inclemente o el viento que nos lleva con él, o peor aún, la próxima réplica de este terremoto provocado que no acaba.
[No sé el nombre del autor de la fotografía -si lo conocéis os agradezco si me dejáis su nombre en los comentarios para poder añadirlo aquí-, la foto recoge una escena tras el ataque aéreo y bombardeo sobre Londres por la Alemania nazi en 1940.]
[Y entre toda esta destrucción, algo en mi cabecita también en escombros por culpa del desastre no-natural me dice que quizá podamos recomenzar como ya hice hace tanto, que si un día todo estuvo también destruido y como dice el último párrafo, Yo, y Él, y ese puñado de gente valiosa, fuimos capaces de construir juntos, juntas, una ciudad entera de la nada; y sabiendo además que a la gente valiosa -que hoy permanece cerca, cerca incluso aunque unas poquitas de ellas residan hoy allá a kilómetros, en Berlín, o Dublín, o Barcelona o Sevilla, transformando así el mapamundi entero en un lugar donde puedo recoger cariño en puntos diseminados aquí y allá-... a esa gente de ayer que sigue afortunadamente presente en mi vida, hoy se suman unas poquitas más, sobre todo esas mujeres que también perdieron como yo sus cabezas y aún así, ¡qué cabezas, qué corazones, qué manos fuertes cuando sostienen!... ¿Todos ellos, ellas, Yo, Él, no podríamos ser capaces de emprender, mañana o al otro cuando el temblor de tierras cese un poco, una nueva reconstrucción de todo lo que volvió a caer?
En algún rincón de mi cabecita ahora en escombros resiste esta idea y por eso la recojo, pero algo más fuerte en mi cabecita por siempre loca y hoy arrasada me pregunta si hay una letra para escribirlo pequeño, pequeño, escogiendo el tamaño más chiquito posible para que no se pueda leer bien, para que no podamos tenerlo muy en cuenta, para que se olvide fácil. Pugna de nuevo entre las piedras caídas por el desastre provocado...]
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