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viernes, mayo 24, 2013

Fronteras (II)

Cuando has estado tanto tiempo como yo con las sensaciones acolchadas entre pastillas de todas las formas y colores, y pasas a un estado de cierto vértigo en el que empiezas a intentar manejarte sola (aunque puedes recurrir a ellas en ocasiones esporádicas en que la angustia de nuevo te atenace y el aire te falte), es una ardua tarea distinguir cuándo las situaciones son patológicas -y es el momento de echar mano de la química porque no hay por qué pasarlo a pelo-, y cuando la angustia o los nervios son normales, son los mismos a los que se enfrenta todo el mundo en su vida cotidiana, y simplemente hay que integrarlos, convivir con ellos y aprender a disiparlos poco a poco de manera natural.

Cuando empecé con la medicación era una adolescente. Mis recuerdos anteriores son de ninya, de una etapa infantil que no puedo comparar con mi vida actual. Hoy soy una mujer adulta -por raro que se me haga la palabra y quizás más aún el haber llegado hasta aquí-, con un trabajo, unas responsabilidades, una hipoteca, una pareja, una gata... y que en su día a día (y más en el último mes), se encuentra con cosas que a veces siguen haciendo que el aire se escape, la cabeza se pierda y vuelvan los miedos a no saber controlarse. 

Por un lado, quiero hacer caso a la gente que tengo cerca y que me cuida, algunos desde el ámbito médico y otros desde del carinyo, y pienso que no hay necesidad de sobrecargarme y enfrentarme a más de lo que mis fuerzas son capaces. Que puedo ir paso a paso y que si hay días en que estoy sobrepasada, mejor que volver a abrir la caja de los truenos es echar mano de los conocidos circulitos blancos que aplacan un poco la angustia y la tormenta desatada en mi cabeza. Que eso no es una derrota ni una concesión, es una herramienta más que utilizar puntualmente en esta nueva etapa, no de forma pautada, desayuno-comida-cena, sino de forma racional y reconociendo las ocasiones en que realmente hacen falta.

Pero entonces me pregunto si estoy condenada a nunca poder sentir como el resto, a no tolerar la angustia o los nervios en mi vida, las malas rachas, los subeybajas habituales con los que la gente coexiste sin ser una eterna montanya rusa. Que yo también quiero lidiar con ese día en el que todo parece salir del revés sin tirar de química externa. Porque la gente se altera con una discusión y no recurre por ello a una pastilla, ni todo el que alguna vez llora en el autobús estará en tratamiento para controlar mejor sus emociones.

No sé aún dónde están las fronteras entre lo patológico y la vida cotidiana con sus más y menos. Tampoco he tenido cerca grandes ejemplos de estabilidad en donde verme hoy reflejada. He vivido acolchada mucho, demasiado tiempo, y aunque a veces me previenen ("no corras antes de andar") me gustaría estar capacitada para vivir las sensaciones que vive el resto sin que me dominen y despierten antiguos monstruos.

Pero aún no, no del todo. Poco a poco, ninya, paso a paso...

2 comentarios:

  1. La computadora te ha jugado una mala pasada y ha escrito mujer en pequeñiiitoo, para mi eres una MUJER, con mayúsculas, con sus luchas, sus derrotas y sus pequeñas victorias, en camino...

    Siendo totalmente sincero conozco a poca gente "equilibrada" y la forma de afrontar los sentimientos y las emociones de la vida de casi todo el mundo se me antoja una forma "patológica" pero aceptada por la sociedad porque es parte de nuestro condicionamiento.
    Al menos tú ya no luchas contra, sino que tienes herramientas a favor, cada día te conoces un poco más, y puede que en algún momento descubras esa frontera.

    Ánimo; y como dicen por aquí: NUNCA PA´TRAS SIEMPRE PA´LANTE
    PA´TRAS NI PA COGER IMPULSO!!!

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  2. Todo proceso lleva su tiempo y llegará un momento en que sepas distinguir lo patológico de lo cotidino, pero a tu ritmo. ;) Beijinhos.

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