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miércoles, mayo 01, 2013

Decepción (...o de corazones oxidados)

En estos últimos anyos me estaba empezando a convencer de que habías cambiado. De que la persona que me hizo tanto danyo en el pasado, que nos lo hizo (porque no fui sólo yo la que sufrió más de lo que hubiera debido por ti)... se había ablandado, o dulcificado, o simplemente se había mirado dentro y había pensado que sí, que nos quería y que iba a actuar en consecuencia.

Estos días he recordado bien cómo fuiste a verme allí, entre paredes blancas y mesas verdes, llevando un libro en inglés para que me entretuviera descifrándolo y hacer que las (muchas) horas pasadas sin poder salir de allí pasaran algo más rápido. Cómo sentí que ese pequenyo gran paso que habías dado marcaba un cambio, el cambio entre ese Yo que -según tú- tenía mucho cuento y disfrutaba manipulando a los demás, fueran familiares, amigos o médicos; y ese otro Yo más real que sufría -y sé que también hacía sufrir-, que necesitaba ayuda, que se sentía sola y perdida. Y pensé que igual que habías dado el paso de ir a verme, también habías dado un paso casi más importante, el que marcaría un cambio de actitud conmigo, con nosotras.

Quizá siempre estuve equivocada y lo que te hizo acercarte aquel día fue otra cosa, una punzada de culpabilidad o una mirada a tu hija. Quizá nunca dejaste de ser tan pétrea como te recuerdo en mi adolescencia. Quizá sólo imaginé un cambio que yo deseaba ver... y éste no fue nunca tal.

Hoy no sé, hoy estoy furiosa y decepcionada. Hoy veo cómo vuelves a utilizar tu fuerza para hacer que alguien a quien quiero se vuelva pequenya y tiemble. Hoy, como ayer, haces oídos sordos a alguien cercano que te necesita y decides única y exclusivamente en función de tus propias necesidades, egoísta como fuiste siempre y pensé que no eras más. Pero qué ingenua, cómo nos enganyamos, qué rápido perdonamos cuando estamos deseando construir lazos y tender puentes... aun sin darnos cuenta de que los estamos construyendo sobre arenas movedizas.

Me dijeron el otro día que siempre pones un precio a cada acto que haces, que no das nada gratis. Yo estos días sólo puedo recordar una vez y otra más los punyales clavados, los regalos de Reyes que mi familia se dio sin mí por decisión tuya (¿quién manipulaba entonces?), el silencio impuesto, la mirada esquiva, las palabras cortantes cuando no directamente hirientes. Tantos anyos minando mi autoestima, tanto tiempo cargándome de culpa(s)... 

Y sin embargo, no es por mí por quien me rebelo y salto hoy, no. Esos ataques pasados no habrían corrido a hacerse fuertes en el presente si no fuera porque ahora atacas (una vez más) al eslabón más débil de la cadena, que esta vez, para variar, no soy yo. Y rabio al verlo, al ver cómo consigues de nuevo que sea otra persona la que, encima, se sienta culpable y te defienda aunque gracias a ti tenga las cosas un poco más difíciles de lo que ya las tenía de por sí. Qué injusto, joder.

Está claro. No sé si acertaba quien me comparaba a mí con el león de El Mago de Oz por aquello de no tener valor, pero desde luego acertaba de pleno cuando decía que tú eras el Hombre de Hojalata. Si alguna vez tuviste corazón, se debió oxidar en ese pecho de hierro.

1 comentario:

  1. No hiere el que quiere,
    sino el que puede...

    Tal vez ese sea el secreto, no dar el poder.
    En tu camino te has ido empoderando, y eso está bien, ahora eres más consciente del juego manipulador de una persona que tiene su mochila de dolor.
    Puede que sólo te quede ponerte al lado de ese eslavón más débil, siendo consciente, pero si decir nada, sólo actuando conscientemente.

    Suerte en el camino de baldosas doradas.

    Abrazos

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