[Mini cuento no tan mini redactado dentro del mega maratón de escritura que para todo agosto propone la comunidad escritora uruguaya bajo el hashtag #MMEUY. Este texto corresponde a mi versión para la temática convocada para el 15 de agosto dentro del #DesafíoMMEUY (el tiempo). Y esto salió...]
A los 6 años su madre le apagaba la tele para desayunar más rápido. Esos quince minutos extra absorta viendo los dibujos eran demasiado tiempo y podían llegar tarde al cole. Cronos era muy exigente.
Con 9 años esperaba ansiosa el verano: tres meses de vacaciones suponía todo el tiempo del mundo por delante. Cronos podía ser generoso.
A sus 17, emociones adolescentes mediante, tuvo un amor de verano el mes que alquilaron un apartamento en la playa. En noviembre se preguntaba cómo había podido acabar tan rápido algo que había sido tan intenso. Cronos, todo un cínico, sonreía para sí.
Cumpliendo 23 años se sintió demasiado mayor. ¿No debía de haber hecho muchas más cosas a esas alturas? Cronos, ambicioso e impaciente, susurraba tictac-tictac a su oído.
No vivió su primer ingreso psiquiátrico hasta llegar al cuarto de siglo. Cuando releía el informe del alta, las fechas no cuadraban. Nunca el tiempo pasó tan lento como entre esas paredes blancas. Hubiera ahogado a Cronos con sus propias manos.
Celebró los 30 compartiendo un viaje en furgoneta recorriendo la ruta de los castillos del Loira con su amigo, cómplice, amor, amante, compañero… Ese julio Cronos jugó con ellos de nuevo: los días pasaron rápido-rápido, pero a la vez hicieron y disfrutaron tanto de ellos que el recuerdo se grabó eternamente en esa memoria suya de funcionamiento bastante aleatorio.
Su 38 cumpleaños lo disfrutó entre amigos, amores, afectos, vínculos queridos, ella sonriente como una niña chica, el pelo en dos trenzas largas como nunca antes.
—¿No es increíble? —se preguntaba feliz—. ¡Tenemos muchísimos años, nunca habíamos tenido tantos como ahora! 38 años, ¿quién nos lo habría dicho?
(¿Quizá una postal de agradecimiento a Cronos tendría cierto sentido ahora?)
No tenía aún 40 aquella noche en que supo de un accidente en cadena en la A3 y él no volvía, no volvía, su teléfono no daba señal, nadie daba aviso, no había información… Aquella noche en vela, de angustia insomne y delirios disparados, sabía que no duró siete horas ni diez ni doce. Sus peores temores no se cumplieron pero no importaba lo que dijera el reloj, esa madrugada del 8 de octubre duró varias semanas, seguro.
Pasados sus 45, los resultados de una prueba médica marcaban en el calendario límites ya improrrogables para su madre. No recordaba bien cuándo se habían visto por última vez. En alguna comida no haría tanto, ¿no? Se le hacían tan largas y tensas, interminables, cada minuto pendiente de cómo no meter la pata o cómo no reprochar ella tampoco nada. Sin embargo, esos últimos dos meses que sí intentaron estar presentes cada una en la vida de la otra, obviamente supieron a poco, habiendo desaprovechado tanto tiempo antes.
Ya en su cincuentena, aún Cronos jugaba con ella y su percepción temporal, que no deja de ser una ilusión compartida más o menos colectivamente. ¿Un bar puede llevar dos años abierto y a la vez llevar muy poquito? ¿"No debes preocuparte, estarán listas enseguida" es aplicable a la ración de alitas que tarda dos horas en salir? ¿Cuánto tiempo -minutos, días, semanas, meses- necesita quien te dice “claro que te quiero, solo necesito tiempo”?
Estrenaron otra década y Cronos hacía tiempo que ya no jugaba: les daba pistas. Pistas de esa parte ilusoria del tiempo, de esa convención social que era así porque así la habíamos pactado, pero que podíamos pactar distinto. Y, ya más mayores de lo que hubieran querido, empezaron a disfrutar, ella, su compañero-amigo-amor-cómplice-amante y también todos esos otros vínculos cercanos de etiquetas innecesarias o en todo caso intercambiables, en continua evolución, no definitivas ni definitorias… empezaron a disfrutar de haber por fin entendido su propio poder para con el tiempo. Desde ahí aprendieron a modelarlo a su antojo, según sus deseos, capacidad de disfrute y de si querían estirarlo o contraerlo hasta su mínima expresión.
Cronos sonrió, era difícil decir si cínico o satisfecho. ¿Cómo podía haberles costado tanto a estos seres ver que en su mano estaba acabar con muchas tiranías, y que la del tiempo era solo otra más de ellas? Si hasta como señal de aviso se había ocupado de hacer los relojes de muñeca, los despertadores, las alarmas… todas particularmente incómodas, como pista inicial de que debían dejar de usarlos, de que esas eran formas en que creían controlar el tiempo cuando, al contrario, era este el que les controlaba aún mejor a ellos. Había estado décadas dejando pistas aquí y allá y ellos habían tardado tanto en entender el mensaje y el poder que podían tener en cuanto decidieran tomarlo… aunque hablar de décadas como demasiado tiempo quizá era entrar en su propia trampa
—Por fin —se dijo, ahora ya sí, sin duda satisfecho―. Por fin se apañarán solos, dueños de su destino, de su tiempo y lo que elijan hacer con él.
Agotado, se acurrucó sobre sí mismo, dio un sonoro bostezo y…. ¿se había engullido a sí mismo en el bostezo, se había desvanecido? Quién sabe… pero cada persona que lo hubiera visto habría podido tener todo el tiempo del mundo, literalmente, para averiguar qué había sido del Dios. Y afortunadamente, dignas destinatarias del regalo del Tiempo, todas encontraron algo mejor que hacer con su nueva capacidad de modelar el tiempo que buscar a Cronos.
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