Vuelo sin motor
No sé cómo son los demás por dentro, sólo me tengo a mí para mirarme y analizarme, y si acaso, a veces pregunto a alguien cercano si eso que me pasa a mí, que me rompe, que me parte... si eso es algo mío o si es algo que también les pasa a ellos, a ellas, a ese los demás en que a veces me es inevitable dividir el mundo. Yo por un lado, y de esta línea en la que yo me coloco, los que no funcionamos bien, los que nos preguntamos si tenemos algún lugar en este mundo que vivimos hostil, siempre hostil, en el que no encajamos, piezas de otro puzzle que sin saber cómo han ido a parar a éste y, claro, vagan buscando un lugar que no van a encontrar.
Y en ese imaginarme cómo serán esos Otros, esos los demás, creo que una de las mayores diferencias entre ellos, ellas, y yo, es que esos Otros, esas Otras... deben de tener un motorcillo dentro, en algún lugar entre los pulmones y el corazón, sí, allí en la caja torácica lo imagino. Un tic-tac que les lleva a ponerse en marcha, que hace que se levanten por la mañana, que les saca de debajo del edredón para llevarles a un sitio distinto del sofá, que les pone en posición vertical y no esa horizontalidad a la que yo tiendo (y no hablo de asamblearismo). Un motor que les impulsa a hacer cosas, que impide que simplemente vean el tiempo pasar sin interactuar con nadie, minutos y horas que discurren pesados, arena que se desliza suave hacia la parte de abajo del reloj, mientras nada pasa, nada piensas.
Yo no tengo ese motor. Yo no encuentro motivos para levantarme por las mañanas y de hecho, no lo hago, permaneciendo en la cama hasta más allá de las tres de la tarde. A veces, las mejores, consigo dormir esas catorce-quince horas, otras ya no consigo dormir pero sigo debajo de las sábanas, dando vueltas con los ojos cerrados, prefiriendo el espacio que controlo del colchón a aventurarme fuera de casa y encontrar quién sabe qué.
Cuando me levanto, al carecer de motor, no aguanto mucho de pie, apenas lo justo para coger unas galletas o un yogur y extender el edredón esta vez sobre el sofá, que será la extensión de mi cama hasta bien entrada la tarde. Ni siquiera veo la tele, leo o entro en Internet. Simplemente dejo pasar el tiempo, pidiéndole que pase más rápido, que por favor corra, que no se detenga como hace mi vida, en un permanente tiempo muerto que no deja avanzar el partido.
Y así, sin motor ni motivaciones, sin nada con lo que rellenar los minutos y horas, mi cabeza se va perdiendo al ritmo que pierdo mi vida, al ritmo que se me escapa entre los dedos sin ser capaz de cerrar el puño y atraparla, levantarme y poner orden, marcar yo el ritmo y ponerme al frente, capitaneando mi Vida así con V mayúscula. Pero no. Para eso necesitaría un motor del que carezco y que supongo, imagino que Otros, Otras tienen. Pero yo no lo encuentro, y mi Vacío se impone, con la V mayúscula de la vida que dejo pasar, que no me construyo. Sin motor, sólo Vacío.
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