miércoles, agosto 16, 2017

Los libros que nos salvan de la mierda

- ¿No tienes demasiados libros, Gace? 

- ¿Te has comprado otro libro? ¡Pero si tienes muchos pendientes!  

- Uf, ya no nos caben más libros... 

- Pues ella tiene doce baldas y yo solo las cuatro restantes... 

- 27 cajas. Los que hicieron la mudanza no se lo podían creer, pobres, y de un cuarto sin ascensor... buf. 

- ¿Otro libro? ¡Pero si no tienes donde meterlos! 

- A mí me parece una irresponsabilidad, eso es acumular por acumular, no vas a leerlos todos nunca. Al final, el capitalismo es eso, tus estanterías. 


Tengo libros, sí. Tengo muchos libros. Quizá demasiados libros. No sé si voy a poder leer todos mis pendientes en este año o el que viene o quizá al siguiente y aun así, compro más libros, pido más libros como regalo en cumples o Navidad, sigo yendo a la Feria a descubrir más libros, me asocio a un par de librerías cuyos proyectos quiero apoyar, ¡cómo no!, comprándoles (más) libros. 

Si salgo de casa en un día cualquiera, voy con un libro en el bolso -una vez una dependienta en una tienda se extrañó de que mi forma de definir un tamaño de bolso apropiado fuera "tiene que caber un libro aunque no sea de bolsillo", ¿quien da más importancia al libro de dentro que al diseño chulo del bolso?-. Si el día es estresante o promete serlo, en el bolso llevo quizá dos libros y un cómic que me haga sonreír, y a lo mejor alguno de relatos. Ha habido días que prometían ser terribles y para dar el paso de salir de casa, he cogido una bolsa de tela además del bolso habitual y he metido dos, tres o cuatro libros extra en ella. 

Llevo una racha de mierda. CADA PUTO DÍA es estresante, es una mierda. Cuando no hay amenazas poco sutiles por parte de mis profesionales de tomar (ellos, claro) decisiones sobre MI vida, en base a SU percepción (la suya, claro) de cómo estoy, y SU determinación (¿adivináis cuál? la suya, obvio) de cuales son ¿mis? necesidades; hay gritos que ni me van ni me vienen pero recibo yo, porque curiosamente soy la única que se queda a escucharlos; hay violencias que cuando nombras como tales generan carcajadas más violentas aún; hay obligaciones impuestas por género y porque oye, tú no tienes problemas, ¿cómo que autocuidados?, si tú no curras por vaga; hay horas y horas de coche y horas y horas de hospitales y horas y horas aprendiendo sobre medicaciones y horas y horas preguntando a médicos colegas y horas y horas leyendo prospectos y horas y horas tomando tensiones y horas y horas en Urgencias y horas y horas preparando estrategias para hacer nuevas preguntas a médicos, médicas, sin que, oh, por Dios, se sientan cuestionados y te acuchillen con su ego resquebrajado. Y más gritos, y más cuestionamientos, y más quejas por no ser capaz de mantener la sonrisa Profidén de anuncio de clínica dental en el proceso, en el mismo proceso de perderme, de embarrarme, de alejarme de mí, de ver cómo vuelve a debilitarse el vínculo vital que tan fuerte no debía de haberlo reconstruido, por lo visto. 

Así que sí, compro, me regalo, tengo... muchos libros. Porque cuando siento que mi vida es una mierda; cuando tengo que esconderme de todo, de mí también; cuando el mundo se dedica a darle armas a una cabeza que nunca ha sido muy buena amiga mía; cuando me siento atacada, perdida, cuestionada, violentada por gente que se jacta de que ir pidiendo perdón es de pusilánimes -con lo que igual mejor no esperarlo por su parte-; cuando me cae mierda a borbotones y no es mi mierda, que de esa tengo a espuertas yo también; cuando me parece que no me queda NADA... pues, si estoy en mi casa, me levanto y voy a las estanterías, y miro títulos y recuerdo buenos momentos con este u otro, o imagino buenos momentos futuros con ese o aquel de allí que aún no he abierto (porque sí, tengo libros pendientes, oh, drama), y pienso que, yo qué sé, ALGO sí me queda. Que aunque me sienta desconectadísima de ese mundo que me rodea y me enmierda a la vez, a veces puedo reconectar a través de esos libros en las estanterías, primero con sus personajes, luego con sus autoras, autores, al final con personas de carne y hueso presentes en mi vida-quizá-no-tan-de-mierda, que me regalaron ese título, al que le regalé este otro yo, quien me recomendó este que me encantó. 


- A mí me parece una irresponsabilidad, eso es acumular por acumular, no vas a leerlos todos nunca. Al final, el capitalismo es eso, tus estanterías. 


Sí, tengo muchos libros, demasiados libros, joder, qué de libros. Porque me salvan, me salvan de ir despeñándome por los barrancos, tirándome al metro, mirando azoteas con ojos golositos, comiéndome 666 pastillas de colores. Y yo casi diría que el capitalismo de fuera de mis estanterías, ese que impone productividades a las que ni llego ni llegaré -ya lo sé, soy vaga, holgazana, perezosa, ¡¿a esa hora te has levantado?!-; ese que manda la carga de cuidados a los mismos hombros siempre, y cuando no es la carga de haber quitado la ropa es la carga mental de tener que ser tú la que digas, "oye, ¿igual hay que quitar la ropa?", y la de recordar todas las citas médicas en seis leguas a la redonda, sin olvidar las propias, que esas nadie te las va a recordar a ti, claro; ese capitalismo que nos separa, nos individualiza, nos convence de nuestro fracaso personal, de no haber estado a la altura, pues si Steve Jobs empezó con cero y mira, si mi pensión es una basura será mi culpa, como todo lo demás... igual ese capitalismo es más preocupante que lo de que yo tenga muchos, oh, demasiados, sí, ¡cuántos!... libros. 

Hoy los libros también me han salvado. Una noche más. Y hoy que no duermo en mi casa porque hay un montón de necesidades externas que atender -de regalo, de nuevo entre gritos, no sea que me desacostumbre- mientras las mías (uy, ¿pero tú tenías necesidades?) pues ya se verá, ya haremos un hueco, ah haberlo dicho... hoy, otra noche de mierda para acabar un día de mierda y he perdido la cuenta... los libros me siguen salvando. Y escribir, escribir para soltar, para no explotar, no infartar, no llenar todo de lava en erupción volcánica que petrifique todo en una nueva Pompeya, los gritos, las consultas, las mentiras, las farmacias, los reproches, todo petrificado (la piedra os sienta TAN bien). 

En esta casa que no es mi casa y donde no quiero estar esta noche, me he traído un libro de poesía de Elvira Sastre, una novela de chico conoce chica, otra sobre un gato callejero con nombre y canal de YouTube propios, un cómic paródico de una serie seria, un libro sobre una casa con muchos libros, otro con relatos de relaciones amorosas que intentan ser más libres y cuidadosas a la vez, otros relatos sobre maternidades así o de otra manera totalmente distinta, una novela que cabe en un bolsillo sobre inteligencias artificiales... Qué locura. ¿Qué locura? Qué locura construir un mundo y unas vidas que (me) dañen y duelan tanto, y que salga de casa sabiéndolo, dolorosamente consciente de la que se avecina, y aún así salga porque es mi obligación, seguro que no debería ser tan vaga, y tenga que tirar de guardaespaldas, de guardaespaldas como todos estos libros que hoy, también, esta noche... me salvan. Una vez más. Como ayer, como mañana.


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