Los amores en tiempos de coronavirus (IV): Dibujándote
("Creadora", ilustración de Ío Wuerich) |
La otra noche desperté muy temprano y tú aún dormías. Muy cerquita de ti, me entretuve mirándote hasta que sonó tu despertador bastante rato después. Te miraba concentrada, con la mente limpia -ese ratito al menos- de preocupaciones, miedos, angustias. Te miraba y dibujaba tu cara con un dedo imaginario que trazaba mi propia mirada: el óvalo de tu rostro, tu nariz, las cejas pobladas, la barba, las canas en la barba y algún pelo rojizo que se escapa sin saber de dónde viene. Tu frente amplia, tu boca, tus labios, tus orejas de lóbulo famoso, nos decían tantos años atrás en una cena. Tu respirar suave ya de mañana, de estar ya en un sueño menos profundo. Tus mejillas, tu piel, tus párpados. Tu cercanía, tu olor. Tú.
Esta tarde, en nuestro cuarto, tumbados en la cama, también te dibujaba entero. Esta vez contigo despierto, entre risas a ratos, piel de gallina otros. Con los vaqueros puestos y contigo tumbado boca abajo, entre las caricias y abrazos te empecé a dibujar el culo, redondo, bonito, masajeable. Y después quise dibujar las piernas (empecé también un canturreo sencillo de los que invento cuando estoy contenta, a gusto, tranquila; de los que me salen tanto contigo, así en la complicidad y confianza plena -son años, ya, ¿eh?- que hemos construido estable y fuerte juntos). Quise dibujar las piernas, digo, que bajaban estrechándose hacia las rodillas y luego se ampliaban en la curva del gemelo, un poco cargado te lo dibujé (soy algo cabrita, la verdad, perdona). Tenían una forma tan bonita... y claro, ya en el gemelo, pensé que bien podía dibujarte los pies, que son importantes ahí en el sostenernos (aunque el sostén real luego sean las redes de afectos y apoyo mutuo, el primero tangible sí está bastante en los pies). Te hice los tobillos durante rato, quería hacerlos protegidos, reforzados, que ser de esguince fácil luego es un rollo, así que los repasé bastante, aunque me asaltaba la duda de si tenemos un tobillo solo en cada pie, porque en el mío hay dos huesos a cada lado: ¿es el mismo? ¿son dos huesos? ¿es el tobillo un hueso? ¿tendrá las respuestas a esto alguna canción de Los Gandules, que con su canción "Rayos X para Dummies" son mi principal fuente de información sobre anatomía? Con esta duda sin resolver, moldeé también un arco en la planta del pie, porque por lo visto tener los pies planos es algo problemático también (mis conocimientos de medicina no conocen límites, como ves), y al final de los pies te hice los deditos, aunque en el primero me equivoqué y en el primer momento te hice seis en vez de cinco, pero no fue problema porque estaba a tiempo de juntar dos y así quedaba un dedo del final más gordito, que también es lo que suele pasar. Terminé haciéndote la planta cosquilleable, para que cuando pase por ahí otro día te dé esa sensación en la que no sabes si reír, encoger los deditos del pie, apartarlo o disfrutar...
Ya que te había dibujado de cintura para abajo, siguiendo las risas y caricias y tarde agradable (¡feliz, incluso!) de sábado, pensé que bien podía moldearte la espalda también, y quitamos la camiseta porque no estaba segura de poder dibujarte la piel suave suave que tienes si te la dejabas puesta mientras te dibujaba. Así que en vaqueros, boca abajo y ya sin la camiseta, te dibujé desde el cuello a los hombros, la curva que nace ahí, camino del hombro, marcada pero sin contracturas. Después, tirando recto hacia abajo, te dibujé el contorno de la espalda -en ese trozo en el que tu piel es infinitamente suave, tan TAN acariciable y mordisqueable y besable y más ables que no voy a detallar-. Y al final de la espalda, dibujé un ensanchamiento leve, lo justo para que hiciera una curva ligera en la que te dibujé el michelín chiquito que alimentamos en estos días de cuarentena. Ya, ya sé que en las portadas del Men's Health no les dibujan con ese michelín, pero si no se lo ponía no iba a poder hacerte la tripita amplia que me gusta acariciar, en la que me gusta hacer pedorretas a veces, lamerte otras, y en la que seguro que también guardas ese corazón grande que no te cabe en el pecho y se te multiplica dentro porque conozco poca gente que quiera tanto y tan bonito como tú. No quería arriesgarme a que todos esos corazones tuyos que parecen brillar y chisporrotear no encontrasen sitio un día cualquiera y tuvieran que encogerse apretaditos y sin casi respirar...
Pero estábamos aún en tu espalda, porque entre las mismas caricias y sonrisas quise aprovechar para dibujarte también lunares, casi todos marrones, de distintos tamaños, algunos casi como un punto ligero, otros más grandes, un par con relieve. Y un puñadito, chiquitos chiquitos y dispersos casi al azar, cambiando al color rojo. Más arriba, cerca de los hombros, en vez de hacerte lunares así marcados e individuales, quise sembrarte un poco de pecas inesperadas, así que probé a hacerlo también. Y por último, para comprobar si necesitabas que te añadiera más puntitos de sensibilidad, probé a que averiguaras con cuántos dedos te estaba tocando en esa espalda suave, tan tuya, recién dibujada y a la vez tan conocida. No estoy 100% segura de que sea la espalda más bonita del mundo, pero es la espalda más bonita que me salió imaginar esta tarde.
Aún quedaba tarde por delante, así que también quise dibujarte, moldearte, acariciarte... boca arriba. Y dancé por tu tripa y tu pecho mientras iba dejando detalles, vello, lunares nuevos, deseos antiguos. Y entre ese danzar de dedos, manos, labios, estabas también tan a gusto que me disculpaste una pequeña travesura en el ombligo: dibujarte dentro un imán para las pelusas, que parece fastidioso pero luego verás como nos da años de risas y frases recurrentes como esa de "¡con las pelusas de tu ombligo haremos un jersey!"
Quise acabar por la parte que ya había dibujado la noche anterior, con la que empezaba esta entrada, cuando tú dormías y yo recién empezaba el día acariciando tu cara sin tocarte, para no despertarte. Hoy sí, despierto, me paseé por tu rostro, acentuando unos rasgos, poniendo suaves otros, queriéndote todos. Ojos, pestañas, cejas, pómulos, mejillas, barbilla, labios, nariz... ningún trocito quedó sin revisar. Luego, ya terminando, hice una elección que no sé si te acaba de convencer (¡pero es que estás tan bonito así...!) Como Diosa dibujanta amateur (no sé si les pasa a todas, no tengo información), igual que me habían dado una bolsa de lunares que dibujarte y no podía usar más de los que había en ella, también tenía restringida la cantidad de pelo que podía poner en la cabeza. Y sé que antes, cuando nos conocimos, tenías más pelo que acariciarte y donde enredar mis dedos, y en el resto de la cara eras barbilampiño, casi sin nada ni que afeitar más que cada seis o siete días... Pero mientras te dibujaba, probé a ponerte barba, chiquito... y te queda tan tan bonita (y más que bonita, también tan sexy, tan atractiva, tan deseable, tan ñam y roargh y lo que quieras) que la verdad es que usé bastante del pelo que me habían reservado. Y yo veo el resultado y con una seguridad aplastante creo que repartirlo así es un acierto porque no te recuerdo tan guapo como hoy, como esta misma tarde, en todos estos catorce años y un par de meses que llevamos compartiendo camino, y risas y piel y complicidades y lo que siga surgiendo... pero es verdad que quizá debí preguntarte antes de tomar la decisión (perdona, sol).
No sé si sabes verte como yo te veo, no sé si alguna vez te entrarán inseguridades, te sentirás pequeño, te compararás... No lo sé porque a mí a veces me pasa que me siento fea, que me veo gorda, o fláccida, o mal proporcionada, o con una incapacidad de salir decente en las fotos, y desde luego infinitamente menos deseable que cualquier Elle McPherson en un poster de habitación postadolescente. Pero otras, otras me veo en tus ojos, en tu mirada que se llena de deseo, y ahí me hago un poco infinita (con toda la contradicción que pueda tener ser infinita, pero solo un poco). Esas veces en las que eres piel de gallina en mis manos y humedad en mis piernas son las que también me hacen posible otras noches (¡hoy mismo, qué coincidencia!) en la que lo mal que salen unas fotos en las que casi ofendo a Carrie Fisher por querer parecerme a ella, y qué error/horror, es motivo de risa y de cero inseguridad.
Y no, no sé si sabes o si puedes verte como yo te veo, amor. Y tampoco estoy 100% segura de que seas la persona más bonita del mundo (la verdad es que soy poco de certezas, yo). Pero eres, confirmado-verificado-asegurado (aquí sin dudas) la persona más bonita que he podido imaginar esta tarde.
Etiquetas: Personal e intransferible
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