Cinco semanas y un día
No sabes cuántas veces has tocado fondo ya, y allí abajo, en el mismo Abismo, has conseguido impulsarte con tus pies pequenyos, débiles en principio, pero que ocultan una fuerza de la que siempre te olvidas, mala memoria, cabecita loca.
De nuevo este verano has paseado por los Infiernos, saludando a Cancerbero, que ya te conoce y te lame la mano en senyal de bienvenida, guardián de pacotilla.
Y cuando tu cabecita loca, que tiene un punto entranyable, se convierte en cabezón enfermizo, que de entranyable tiene bien poco, vuelves al edificio de paredes cada vez menos blancas, horarios estrictos, una llamada diaria, caras uniformadas y conocidas...
Allí has estado cinco semanas y un día, condena al preso que hace gala de buen comportamiento. Has visto más cosas de las que desearías ver, has dormido más horas de las que deberías dormido, has leído menos de lo que podrías haberlo hecho, y has pasado el tiempo entre libros, sudokus, plastilina, lágrimas, alguna sonrisa perdida.
Estás de vuelta en casa. Te has perdido medio verano en tu viaje entre tinieblas (aunque encontraste un rincón donde secarte el pelo al sol), y ahora toca otra vez remontar la montanya, un pasito, otro y otro más. No sabes dónde te llevarán tus pasos ni cuándo será la próxima caída -sí tienes la certeza de qué la habrá, antes o después-, pero eso debe importarte poco ahora. Concéntrate en moverte aunque duela.
Un paso.
Otro.
Y otro más.
De nuevo este verano has paseado por los Infiernos, saludando a Cancerbero, que ya te conoce y te lame la mano en senyal de bienvenida, guardián de pacotilla.
Y cuando tu cabecita loca, que tiene un punto entranyable, se convierte en cabezón enfermizo, que de entranyable tiene bien poco, vuelves al edificio de paredes cada vez menos blancas, horarios estrictos, una llamada diaria, caras uniformadas y conocidas...
Allí has estado cinco semanas y un día, condena al preso que hace gala de buen comportamiento. Has visto más cosas de las que desearías ver, has dormido más horas de las que deberías dormido, has leído menos de lo que podrías haberlo hecho, y has pasado el tiempo entre libros, sudokus, plastilina, lágrimas, alguna sonrisa perdida.
Estás de vuelta en casa. Te has perdido medio verano en tu viaje entre tinieblas (aunque encontraste un rincón donde secarte el pelo al sol), y ahora toca otra vez remontar la montanya, un pasito, otro y otro más. No sabes dónde te llevarán tus pasos ni cuándo será la próxima caída -sí tienes la certeza de qué la habrá, antes o después-, pero eso debe importarte poco ahora. Concéntrate en moverte aunque duela.
Un paso.
Otro.
Y otro más.
Etiquetas: Paredes blancas y mesas verdes
5 Susurros:
Hay otros lugares cálidos donde refugiarse, aunque no estén al sol.
Mas risas por venir, mas cosas que descubrir, mas caracoles dibujados en notas dejadas en la almohada.
Duele el hecho de dar un paso, igual que las agujetas, pero al igual que estas, es el movimiento lo que termina por hacer olvidar el dolor.
Y nunca se sabe a quién o que puedes descubrir tras el paso siguiente.
Poco a poco, ninha, poco a poco. Sabes que siempre hay barandillas a tu alrededor.
Perderse medio verano: un mes de calor agobiante sin tener dónde parar. Tsk tsk. Ya sabes que a mí el calor no me gusta. Ahora caminas en el otoño, puedes darle patadas a las hojas u oír el crick crack bajo tus pies; arroparte con la rebeca, sentir el tacto de la lana pero, sobre todo, caminar. Y que cada paso sea sólo un paso, porque no hay prisas ni camino marcado. Pero en el fondo que cada paso es una bocanada de aire y no sólo para ti.
Me alegro tanto de que estés de vuelta :-)
Míralo por el lado bueno, cada vez sabrás caer mejor, y menos profundo, :-)
Un abrazo, Gacelita.
Es tan cierto lo que decis... Tan real!
Nos vemos
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