lunes, noviembre 30, 2015

Aprender del mundo con cada caída


El lenguaje es importante porque gracias a él construimos pensamiento y elegimos vernos y hablar de nosotros de una manera u otra. Y construimos a partir del lenguaje, tanto a nivel individual (yo hablo de mí según cómo me percibo y los demás me percibirán según me vean y me escuchen), como a nivel colectivo (podemos tratar como sociedad de manera despectiva a todo un grupo, o podemos esforzarnos colectivamente en que nuestro lenguaje no sea estigmatizador u ofensivo). 

El lenguaje también es importante a la hora de describir nuestro proceso interno, nuestras luchas interiores. Hace poco una persona cercana, querida, decía de mí que estoy retrocediendo por culpa de la crisis que estoy pasando actualmente. Y quizá sea una manera de verlo, pero yo creo que es una manera bastante destructiva y en la que el lenguaje empleado no ayuda. 

Crisis. C-R-I-S-I-S. Cuando estoy bien, sobrevuela la palabra por encima de mí, siempre acechando, la crisis en la que puedo re-caer (“re-”, porque ha habido tantas caídas ya que ni numerarlas podría). Cuando estoy mal, la etiqueta: Crisis, ¡crisis! Y retroceso, claro, como si mi trastorno siguiera una línea recta y yo hubiera sacado mala puntuación con el dado y hubiera caído en una casilla con castigo: “retrocedes diez casillas, ahora estás como hace veinte años”. 

Es cierto que yo misma muchas veces caigo en pensar que no avanzo en mi proceso, que a veces me miro y me pregunto si de mis quince años hasta acá no he aprendido nada. Y claro que he aprendido, sobre mí, sobre cómo funciono, cómo me afectan las cosas, cómo me relaciono con mi entorno; y sobre el mundo en el que vivo, cómo ir encontrando un lugar en él aunque a veces se me escape, cómo construirme pequeños espacios en los que sentirme a gusto… Repetir alguna conducta insana que surgió por primera vez en mi adolescencia no quiere decir que desde entonces hasta hoy no haya aprendido, no implica un retroceso, una crisis, un nuevo fracaso a meter en la mochila. 

Es inevitable, muchos de nosotros pasamos y tal vez seguiremos pasando por recaídas y momentos de bajón, pero no creo que nos ayude atizarnos con el látigo de las crisis y los retrocesos. Quizás si somos capaces, incluso en los momentos malos, de saber que cada recaída nos pilla más sabios, más experimentados, más capaces de hacerles frente sin resquebrajarnos, puede que hasta –como me pasa a mí- con un entorno más afín, uno que también yo he sabido construirme y que hace piña conmigo cuando más lo necesito, que se deja la piel por apoyarme… quizás si somos capaces, como digo, de encontrar y valorar los avances incluso en los momentos más difíciles, estemos dando pasos adelante hasta en medio de nuestra recaída. 

Quiero recuperar una frase que oigo estos días en una canción llamada “Peras y manzanas”, del artista conocido en redes como Viruta FTM. Da título a este post: “…y aprender del mundo con cada caída”. Es difícil ser capaz de entender así una caída, difícil no verla como una mancha en nuestro expediente de vida, pero probablemente entenderlas así haría que cuando pasamos por un bache no nos tuviéramos que sentir mal doblemente, no sólo por el bache en sí sino además por la culpabilidad de habernos dejado caer nuevamente y de sentirnos fracasados en consecuencia. 

Así es que, en la pequeña medida en que puedo elegir, quiero intentar experimentar esa sensación, la de “aprender del mundo en cada caída” y también en ésta. Y saber que, aun en mis momentos en los que tengo el ánimo más bajito, no se me olvida todo lo que he aprendido sobre mí y sobre este mundo en el que me ha tocado vivir, no pierdo la maleta llena de experiencias con la que me muevo, no parto otra vez de cero como hizo mi Yo adolescente, sino que tengo mucho camino recorrido a mis espaldas y que en esta crisis, si es que hubiera que llamarla así, sigo aprendiendo, sigo añadiendo material a mis pensamientos, a mi maleta de experiencias. Porque los posibles juicios externos que recibamos, muchas veces hechos desde la preocupación o la angustia, no deben contribuir a paralizarnos o a culpabilizarnos. Y porque si hacemos eso, si aprendemos del mundo en cada caída por la que pasemos, quizá nos ayude a no vivirlas únicamente desde lo negativo, no sentirlas como ese fracaso que nos lastra, y sí verlas como una vivencia más que nos ayuda a seguir avanzando, aprendiendo, desarrollándonos como la persona completa que somos. 

Sí, también en esas “crisis”.