Historias, historias...
Hoy dejo un poco en suspenso la segunda parte de mis lecturas del año pasado ya que me ronda algo distinto que contar, aunque no me salgo del todo del tema, porque sigue teniendo que ver con libros.
Creo que en los años que lleva el blog, ya habré contado alguna vez que una de las mejores cosas que pudo hacer por mí mi madre de niña fue introducir en mí el amor por la lectura. De pequeña siempre tuve muchos cuentos, que primero me leía mi madre cada noche y prontito aprendí a leer yo misma. Cuando a los cuatro años tuve que pasar bastante tiempo ingresada en hospitales, ya leía de corrido, y devoré la pequeña biblioteca del área de oncología pediátrica de mi hospital, así que cuando los terminé todos empecé a jugar con mi médica y con mi madre a coger un cuento cada una, y leer una frase de cada uno alternativamente. Casi siempre salían cosas sin sentido, pero a veces cuadraban, y cuadrasen o no, me resultaba muy divertido por lo surrealista del cuento final resultante.
También recuerdo con mucho cariño cómo desde bien chiquita no nos saltábamos ningún año la Feria del Libro en el Retiro (¡y eso que una vez me perdí!), y que solía haber un pabellón infantil donde podías tirarte al suelo rodeada de libros que podías leer sin pagar. También nos llevábamos cada año algunos cuentos nuevos a casa, después de un paseo por las casetas.
Años más tarde, durante la época en que vivimos cerca de Alonso Martínez, mi madre me hizo una cuenta en una librería cercana que hoy continúa estando en el mismo sitio, la Antonio Machado, y así yo sola podía ir de casa a la librería, perderme un buen rato en la sección infantil y seleccionar un libro que me llevaría a casa solo apuntándolo en la cuenta que mi madre pagaba mes a mes. En la librería, claro, ya me conocían y se acostumbraron a que fuera cada semana a llevarme algún libro después de pasar largo rato mirando todos los títulos.
Y recuerdo también muy bien la biblioteca del pueblo donde veraneábamos, en la sierra madrileña donde mis abuelos alquilaban una casita. Pasé muchísimo tiempo en esa biblioteca, entre múltiples títulos, yendo sola de la casa de mis abuelos hasta allí y luego vuelta a la casa. Un placer veraniego. Hace no demasiados meses fui con mi chico a ese pueblo de la sierra, en parte por enseñárselo y en parte por recordarlo yo, y ya no existía "mi" biblioteca (supongo que aguantaría como tarde hasta que cerró la Obra Social de Caja Madrid, a quien pertenecía, y que también cerró alguna biblioteca en mi barrio actual), aunque ahora había otra, municipal, que parecía más grande, aunque no pudimos entrar a comprobarlo porque estaba cerrada por ser fin de semana).
En fin, que desde mi infancia vengo disfrutando muchísimo de los libros. Y para mí es algo natural, en mi familia mi hermano también leía mucho desde niño y hemos crecido viendo leer también a mi madre, a mi tía, a mis abuelos...
Hace ahora poco más de tres años que nació una pequeñita en mi familia, por parte de la familia de mi chico. Desde entonces, además de las bromas por ser tía abuela (mi edad lo desmiente), vemos algo más a mi familia política, y yo procuro que muchas de esas veces que les vemos, llevemos un cuento para la peque. Esa parte de mi familia (exceptuando a mi chico) no tienen libros, no leen por la noche (ni nunca), y yo no quiero que la pequeñaja crezca sin ningún cuento. Pero aunque a ella le gustan y cuando vamos, me pide que se los lea, sí noto que a veces los adultos ven con extrañeza que insista en regalarle cuentos, libros... "ah, otro libro... ¡si ya tiene cuatro!", me han dicho alguna vez, como si fuera un regalo repe. Así que a veces, cuando llevo otro libro envuelto (más), me siento algo transgresora... "¡Mira, es un cuento! ¿Quieres que te lo lea?"
Y también pienso en esas historias que con esta pequeñaja se me quedan en el tintero, algunas porque aún es chiquita para entenderlas y otras porque cuando simplemente regalar un cuento ya es una transgresión, quizá se haga un poco difícil transgredir aún más. Pero ahora que mi prima nos ha dicho estas Navidades que acabaremos el próximo verano siendo uno/a más en nuestra pequeña familia, se me hace la boca agua pensando en los cuentos e historias que podré regalarle. Pienso en copiarle o buscar para regalarle los (ya tres) discos de Un cuento propio, el proyecto de Pandora Mirabilia que busca dar referentes de heroínas a nuestros y nuestras peques, incluyendo en sus discos cuentos y canciones infantiles sobre mujeres reales, científicas, activistas, artistas, aventureras... que poder tener como referentes (yo conseguí los discos en un crowdfunding que hicieron antes de Navidades, pero creo que al menos los dos primeros se pueden conseguir en su web y en algunas librerías). O en la colección "Pequeña & Grande" que hoy veía en una librería, y en la que hay "grandes mujeres para pequeños cuentos", en unos títulos que van creciendo desde el 2014 y que cuentan con protagonistas que van desde la actriz Audrey Hepburn a la aviadora Amelia Earhart pasando por la pintora Frida Kahlo. O la de "Otros héroes, otras princesas" (aunque no entiendo por qué no heroínas en vez de las consabidas princesas), en la que hablan de hombres como el Che Guevara o Eduardo Galeano y mujeres como Violeta Parra o de nuevo Frida Kahlo. O ese libro tan genial que vimos una tarde en la librería Mujeres & Compañía, muy cerquita de Ópera, en Madrid, llamado "Con Tango son tres", que lleva a cuento infantil la historia real de una pareja de pingüinos macho que, en un zoo, empollaron como suyo el huevo que otra pareja había rechazado, y criaron en su pequeña familia alternativa a un pequeño polluelo pingüino al que los cuidadores del zoo bautizaron como Tango.
Historias, historias... para que tanto la peque de ya tres añitos como el garbancito sin definir que aún está en la tripa crezcan con cuentos y libros a su alrededor, y disfrutando de tantas historias como hay ahí fuera. Como me pasó a mí desde bien chiquita...
Etiquetas: Libros
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