viernes, mayo 08, 2020

Desesperanza(s) en tiempos de coronavirus

I.

Mi(s) desesperanza(s) empiezan aquí: me di permiso para un "todo vale" (solo llorar, dormir, comer, llorar, comer, apatía total, comer, subidón de medicación, comer, llorar, mirar el techo, comer, crisis de ansiedad, comer, llorar, disociación, comer, llorar, ataque de rabia, mirar al techo, comer, despersonalización, dormir, comer...) porque había que sobrevivir y estas semanas pasarían, ya veríamos luego, ya nos pondríamos con eso después.

Pero no, no pasará (no en breve). No hay un después ni un luego a la vista en el horizonte, con grandes diferencias sobre el difícil día a día en el que ya estamos.

Y reinventar una vida apetecible, una vida que quiera vivir, desde aquí y con estas nuevas reglas, me parece ahora mismo imposible. Se me deshacen los vínculos en las manos como arena, se me difumina el futuro, se me oxida la imaginación y la capacidad de verme (ya no siquiera feliz, solo verme) en ese mañana de reglas, juicios, aislamientos, soledades, cargas de cuidado y vacío y pena que me engulle mientras yo me engullo a mí misma entre paquete de Donuts y paquete de Donuts.

Mi Desesperanza me está socavando dentro y vaciando de vínculos y proyectos.

No sé bien cuándo empezar a preocuparme.
Quizá debí empezar ya hace días.
Quizá vuelvo a llegar tarde a mi propio grito.
Quizá tampoco importa mucho nada de esto.
No sé si vale la pena.

La alegría, ya voy viendo que no.

(Imagen de Henn Kim)


II.

Parecemos estar posponiendo la vida... ¿pero para cuándo? Si lo que parece es que no va a volver nada de lo anterior, ¿no nos estamos engañando?

Llevamos años construyendo una manera de estar en el mundo basada en el apoyo mutuo, los vínculos, el reconocimiento de las interdependencias y vulnerabilidades y la potencia de compartirlas y sostenernos juntas...

Y ahora parece que hay que inventar de cero otras maneras de estar en el mundo que encajen en unas reglas nuevas radicalmente diferentes. En ellas, colectivo es igual a riesgo; todo el mundo ha adquirido una capacidad de enjuiciar al resto acojonante y la pérdida de libertad, derechos, empatía y capacidad de decidir sobre nuestras vidas, casas, afectos (cuándo salimos, con quién vivimos, con quién nos relacionamos a distancia, a quién podemos abrazar y quién no, para qué podemos encontrarnos, cómo y dónde, y para qué no...), toda esa vigilancia y robo de nuestra agencia encima está legitimadísima socialmente porque hay un riesgo vital sobrevolándonos, no podemos ser irresponsables.

Qué parte de esa responsabilidad se utilizará (o ya se está haciendo) como desactivación de movimientos sociales,
no importa.
Qué parte para vetar espacios y momentos de encuentro,
no importa.

Y si ese mundo nuevo construido como fortaleza porque, sí, el riesgo vital es real y tangible...
si ese mundo nos pone en riesgo vital a quienes necesitamos del apoyo mutuo y los proyectos colectivos de transformación social para dar un sentido a nuestros días,
eso,
por supuesto...
no importa.

Yo así no sé si puedo.

No sé ni si quiero,
siquiera.

Etiquetas: