Bailemos con la escritura: de nieblas, perros y boinas rojas
Hace un año por estas fechas andaba disfrutando de las tardes compartidas con La Mare y más compañeras mientras aprendíamos sin vergüenzas y en un taller que fue ilusión y puertasabiertas, ganas y espacio seguro, risas y confianza, todo junto, maravilla conseguida sin que nos conociéramos ninguna antes. Y de ese TALLER con La Mare: "BAILEMOS CON LA ESCRITURA", salieron entre otras cosas cuentos, deseos, heridas por cicatrizar, fantasías, canciones, rimas y juegos compartidos. Aquí el resultado de una de esas sesiones.
Para este texto estas fueron las pautas (regaladas por Marti, otra compañera del taller):
En imagen:
En texto:
Hace años, antes de que su perro Lobo (sí, el nombre podía crear confusión y no le molestaba en absoluto) entrase en su vida, resoplaba al oír esos comentarios en los que la gente se jactaba de querer a su perro más que a muchas personas. Le parecía, incluso, una falta de ética mencionar algo así. Conocer a Lobo había modificado ese prejuicio. Su perro había estado con ella, fiel compañero, cuando casi todos habían preferido irse. Había soportado sus lágrimas y su insomnio, la había acompañado en noches llenas de dolor en las que el aire se le escapaba de los pulmones y, durmiendo tranquilo en su cojín, en otras en las que la lujuria se desfogaba en su cama (normalmente con una segunda persona involucrada también). Lobo era familia y compañía, calma y recuerdos compartidos, camino y aliciente para volver a salir siempre de la cama, día tras día tras día.
Por eso, no podía reprocharse más lo que había pasado. Maldito viaje a las islas… ¡Canallas, debía ser su nombre, y no Canarias! Habían iniciado juntos una ruta de senderismo por un camino bordeando la costa, cerca del arrecife. Sin pensar mucho, al salir del coche para empezar a andar había tomado su boina, pensando que así el pelo se mantendría ordenado durante la caminata. Absurda coquetería… Tras un rato largo de caminata, y cuando habían encontrado un buen lugar donde sentarse a comer un tentempié para reponer fuerzas ya cerca del mediodía, un golpe de viento había hecho volar su boina roja fuera de la cabeza, salir rodando unos metros más allá y de nuevo otro tanto en una segunda bofetada de aire. Creyendo que aún podría recuperarla, había corrido tras ella, pero el tercer soplido del viento la había deslizado acantilado abajo, fuera de su alcance, y el gritito que dio al perderla de vista no sirvió para detenerla, claro.
Volvió abatida a las rocas donde se había sentado con Lobo a comer… y para colmo de males, tampoco le encontró por ningún lado. Gritó su nombre hasta quedarse sin voz. Abrió toda la comida que habían llevado, sus salchichas favoritas, le llamó y llamó entre lágrimas. Nada. Se asomó al acantilado y tembló: el viento, el arrecife, el terreno inestable... ¿Se habría caído? ¿Cómo era posible? ¿Allí en medio de esas rocas iban a separarse sus caminos? ¿Por su coquetería, su despiste, su falta de cuidado?
Esa tarde se le hizo eterna. Siguió buscando sin suerte. Las lágrimas tampoco le dejaban ver demasiado, en realidad, y tenía que volver al aparcamiento si no quería que se le hiciera de noche y quién sabe si hacer ella también compañía a Lobo allá al fondo, golpeando ambos cuerpos contra las rocas, junto a las olas. Reticente primero, realista después, marchó de vuelta al coche y, tras una llantina desoladora sentada con el volante fuertemente apretado para no hincar sus uñas en la carne, se dirigió de vuelta al hotelito rural en esa isla a la que lamentaba tanto haber viajado.
Por la noche, el insomnio hizo presa de ella. Y se sentó a escribir, desvelada. Así llamó al texto que iba saliendo de isus manos atropelladamente, de su alma, de muy dentro:
DESVELADA
Como soy reina y fui mendiga, ahora
vivo en puro temblor de que me dejes,
y te pregunto, pálida, a cada hora:
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!»
Quisiera hacer las marchas sonriendo
y confiando ahora que has venido;
pero hasta en el dormir estoy temiendo
y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?»
Gabriela Mistral
La noche y el cansancio la tumbaron. Tras escribir ese poema que se sumaría a los que llevaron a la conocida poeta Gabriela Mistral a recibir el Nobel de Literatura, se quedó dormida. Y soñó que, como invocaba en su poema, su querido perro Lobo estaba con ella al despertar, con su boina roja en la boca, habiendo encontrado él solito (siempre había sido inteligentísimo, más que muchas personas que había conocido), el camino de regreso al hotel.
Más allá de saber que algunos deseos se cumplen, y que hay quien cree que las energías que ponemos en nuestros deseos tienen mucho que ver en que se cumplan o no, lo cierto es que no sabemos si Gabriela Mistral y Lobo se reencontraron. Pero sí nos consta que este poema, “Desvelada”, fue escrito de su puño y letra, y que en algunas de las fotografías que tenemos de ella más adelante, luce una hermosa boina de la que desconocemos el color por el blanco y negro de la época… pero a mí me parece que bien pudo ser roja.
Escrito en noviembre 2020, jugando en el Taller con LA MARE: "BAILEMOS CON LA ESCRITURA"
Etiquetas: EscriViviendo
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