martes, octubre 15, 2013

De noches insomne

"Cuando se padece de insomnio, nada parece real. Las cosas se distancian. Todo parece la copia de una copia de otra copia.

(El club de la lucha)

Yo no tengo insomnio crónico, pero algunas noches, imagino que como a casi todo el mundo le puede pasar, el suenyo se hace esquivo y me burla, y pasadas las 4:42 de la manyana dejo de dar vueltas como una idiota en la cama, con la cabeza arremolinándose a mil por hora y yo indefensa bajo el edredón, y me vengo al salón, donde lo más probable es que haya dejado el ordenador en suspensión y con una sola tecla se haga un poquito de luz. Y miro, y trasteo, y escribo y busco imágenes que pueda traer aquí, o citas, o algo que haga que sea yo quien burle al suenyo y acabe él viniendo a arrodillarse ante mis pies implorando que vuelva a su lado. 

Porque yo insomne no soy, pero hay noches que... hay noches que no son noches sino un paseo por el Bosque Negro que cruzaban unos hobbits insensatos huyendo de nazguls y cosas peores; hay noches que, quizás para que no te olvides de la soga al cuello que tienes, justo el mismo día que has estado hablando con tu madre de proyectos que te ilusionan, cae el sol, llega la noche y agárrate porque esa alegría diurna te toca pagarla ahora. Porque tu cabeza todavía no perdona, tu cabeza sigue gobernada por quién sabe quién y se rebela cuando le quitas espacio a su forma de verte, pequenya, débil, miedosa, inútil. Y tú por el día podrás planear, salir a la calle, abrigarte si el sol no calienta todo lo que te gustaría, dar un paseo por el parque y ver el arco iris en las fuentes, hablar por teléfono con una voz desconocida que te alienta a empezar proyectos nuevos y hasta ilusionarte tú con algunos de ellos... pero eso es durante el día. 

La Noche es otra historia. De noche, la cama que debería ser acogedora y que en el fondo lo es, con tu chico cerquita para tener su olor envolviéndote, con la gata pantera a los pies respirando suavito... esa misma cama se vuelve barca naufragando lejos de la costa, demasiado lejos para poder llegar nadando. Y te hundes en la noche, en el mar, y te falta el aire como algunas veces pasa por el día, sí, pero por la noche no piensas, no recuerdas la pastilla o ni siquiera puedes hablar para decirle a ese ninyo maravilloso que duerme contigo que necesitas su ayuda porque te estás perdiendo, te estás ahogando, te estás inundando en el mar, uno de esos mares donde si miras abajo no te ves los pies.

Y nada, que yo no soy insomne, yo duermo como un lirón y soy la más marmota de entre mis amigos, pero estoy aquí a las 04:56 sin haber pegado ojo y no porque no lo haya intentado, que he ido, he intentado mantener el nivel de respiración tranquilo -no te agites, respira tranquila-, he intentado no rascarme los brazos que me pican como si tuviera que desollarme un poquito, sólo por variar el ritual de cremas, -no te rasques, ninya, que te haces heridas-, he intentado no dar vueltas que me encroqueto y le dejo sin edredón y casi sin sábana... he intentado y he intentado hasta que me he levantado, dando esta noche por perdida porque no veo que pueda dormir en mi cama achicando agua toda la noche. Me tumbaré en el sofá con música suave y una manta, leeré o susurraré o pondré música bajita y en algún momento caeré, espero, más tarde que pronto, me temo.

Cuando se padece de insomnio, nada parece real. Incluso esas noches aisladas insomnes, tu cabeza tiene que preguntarse varias veces si las cosas son reales o no, si de verdad el sol va a volver a salir manyana o nos hemos trasladado a esos sitios de seis meses nocturnos seguidos. Si enloquezco por momentos o no estoy peor que ayer en realidad, que sólo soy yo, que sigo estando como una regadera, sí, como las maracas de Machín, también, pero no enloqueciendo más y más cada día.

En fin. Yo, que no soy insomne, sólo que algunas noches juego al escondite persiguiendo mi(s) suenyo(s) y contando con la cabeza contra la pared más de cien y de doscientos, para que le(s) dé tiempo a esconderse bien, creo que ya he contado suficiente por hoy, y que ya más allá de las 05:16 de la manyana es buena ahora para al menos recostarse en el sofá, no para dormir, nada más lejos de mi intención, Señoría, sólo quizás descansar los ojos unos minutos, estirar las piernas y encroquetarme yo sola en la manta con Silvio sonando suave-suave en modo non stop. 

Y eso voy a hacer... otro día que haya tenido peor día y por tanto mejor noche, vengo y os cuento una noche plácida, suave, de las que te duermes casi mientras te están acariciando un poquito la espalda. Pero esa será otra noche, y deberá ser contada en otra ocasión, que diría Michael Ende.

Por si acaso no hagáis demasiado ruido. Y si podéis retrasar los relojes para que manyana mi pantera y mi chico se despierten tarde, tarde como yo... me hacéis un favor.

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jueves, octubre 10, 2013

Paredes blancas, mesas verdes (VII)

60 bofetadas

60 bofetadas para aplacar la angustia
60 bofetadas para silenciar las voces en mi cabeza
60 bofetadas para intentar salir del laberinto de mi mente
60 bofetadas para hacer funcionar a mis pulmones y volver a coger aire y expulsarlo normalmente
60 bofetadas con la palma abierta, para recordar aquella que me dio mi tía siendo yo ninya
60 bofetadas para saber qué es exactamente lo que me duele y que ese TODO ambiguo se concrete en algo
60 bofetadas para organizar mi caos interno
60 bofetadas para descargar mi rabia e ira en alguien sin que tenga consecuencias
60 bofetadas para pintar colorete en media cara, como si media Heidi y media Yo convivieran en el mismo rostro
60 bofetadas para no buscar salidas peores que 60 bofetadas

60 bofetadas son suficientes...

...hasta que 60 bofetadas no son suficientes.

Y entonces, vuelta a empezar.

[Texto escrito originalmente el lunes 23 de septiembre, sexto día de este nuevo viaje al lugar de paredes blancas y mesas verdes]

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