miércoles, diciembre 25, 2013

Falalalalá, lalá la la (o Crónicas navidenyas 2013)

Navidades otro anyo más. Distintas, porque mi abuela ya no está con nosotros -tenía razón al final el anyo pasado cuando se lamentaba de que esas iban a ser sus últimas Navidades... pero 96 anyos cumplidos han dejado huella no sólo en nosotros sino en mucha gente que hoy la recuerda con carinyo-. De mi tía nos separa un océano entero y esta vez desde hace mucho tiempo, mi hermano ha accedido a que él y su chica nos acompanyaran el día de Navidad.

Puse el árbol, compré regalitos para dibujar sonrisas, y este mediodía nos juntamos, pusimos los regalitos en el sofá y fuimos abriéndolos entre fotos y risas. Comilona, botella de lambrusco casi para mí sola -¡el vino de los que no nos gusta el vino!- y tarta de cumpleanyos de la no-tan-pequenya-de-la-casa. Estoy contenta, todo ha salido mejor de lo esperado aunque en Nochebuena fuéramos solo cuatro, familia compacta, chiquita, familia de bolsillo.

Y mientras tanto, mi cabecita va haciendo balance como cada anyo por estas fechas, sumas y restas de sonrisas y lágrimas para ver si el anyo es digno de guardarse en el cajón de buenos recuerdos o mejor va directo al contenedor de fechas en negro.

En 2013 ha habido paladas de algodón de azúcar dulce-dulce y paladas de sabor amargo. Ha sido el anyo en que volví a reencontrarme -durante un mes entero en dos tandas- con unas paredes blancas y unas mesas verdes que hubiera preferido no ver. El anyo en que volví a hacer derramarse lágrimas rojas por mis brazos, tanto tiempo después. Medio anyo sin encontrarme, medio anyo de cabeza perdida, medio anyo de viajes nocturnos a Urgencias porque la oscuridad se rebela en tu cabeza y se alza en armas contra ti. Medio anyo en stand by, sin fuerzas para reactivar una vida paralizada.

Pero también fue el anyo de descubrir Chicago en buena companyía, de sentarnos en el césped a charlar con una cerveza en la mano mientras unos metros más allá tocan música, el anyo de los largos mails que cruzan océanos, el de un nutrido grupo de gente a la que quiero juntándose para tomar algo un par de horas a la salida del hospital, el de ir a un festival y dar botes hasta bien entrada la madrugada y el de ponerle rostro, voz y sonrisa a una nueva amiga que vendría a caminar cerquita de mí extendiendo su mano para hacerme sentir su calidez. El anyo de ver crecer a nuestra panterira Lucky, que ya conoce su nombre y me mira atenta mientras escribo, a un ladito de la pantalla de ordenador. El anyo de jugar a ser piriodista como cuando era nyaja pero ahora con gente de verdad y viendo algunos textos publicados y gente que me agradece que haya hablado de este tema o de aquel otro.

Ha sido el anyo en que estaba tan bien que decidieron que casi podía prescindir de la medicación, y donde luego caí abajo, enfangada, hasta llevar de nuevo media farmacia conmigo cada vez que salgo de casa. El anyo de la montanya rusa, salta al vacío convencida de que el paracaídas se abrirá para a medio salto darte cuenta de que no llevas ni paracaídas ni arnés ni nada, y sólo te protege una red en la que no sabes si acertarás a caer.

Fue también el anyo del teatro, de los subtítulos, las audios, los videos, el trabajo interesantísimo pero devastador por las prisas, la improvisación, las tareas para antesdeayer... y de nuevo el paro, el tiempo por delante sin actividades, las manyanas que se alargan en la cama hasta bien entrada la tarde, alguna mentira sin más importancia que el gesto de mentir, que ya es. El anyo de ser tíos abuelos antes que padres, de leer poco -ops- pero escribir más, de la berry beer y el ¡dunkin donuts!, de los monólogos con canciones en Lavapiés y los debates en el centro social okupado del barrio que prometen seguir con fuerza el anyo próximo. El anyo de tejer red y ser red a su vez para otros.

No sé si ha sido buen o mal anyo porque cada vez que me pongo en una de las afirmaciones "no ha sido mal anyo / este anyo no hay quien lo levante", me salen razones que la contradicen. Porque ha tenido de cal y de arena, de sonrisas y de lágrimas, sano y enfermo, oscuro y luminoso. Como aquí dentro, como yo. Porque a lo mejor no somos tanto lo que nos pasa sino cómo lo sentimos, cómo lo vivimos, cómo nos lo tomamos. Y yo sigo siendo dos, dividida, resquebrajada como cuando hace ya casi nueve anyos inicié este blog. Como ayer...

¿...como manyana? 

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