martes, mayo 24, 2005

Tras la ventana (19 de mayo)


Mi pequeña Gacela me ha pedido que os transcriba esto en su nombre. Que aunque sea desde la lejanía del teclado, ella sigue escribiendo... Isthar


Hay un pasillo, un pasillo largo que sin duda merecería una historia propia. Y este pasillo tiene principio y final, como todas las cosas, aunque a veces lleguen a destiempo, o simplemente, demasiado tarde.

El principio del pasillo es una puerta de hierro, como de cuento, de calabozo, con mirilla y todo, pareciera que hubiera que pasar la pata por debajo para demostrar que eres la mamá de los siete cabritillos. Una tiene la sensación de que bastaría conocer la contraseña del día - seguro que, desconfiados, van cambiándola - y entonces vendría la metamorfosis, y de desechos sociales nos transformaríamos en señores y es posible hasta que nos saliera un bombín en la cabeza y una pajarita a juego en el cuello.

Pero la muchacha que nos acompaña no conoce la contraseña y recibe por toda respuesta un frío "lo siento, no puedes cruzar esta línea". Así pues, teniendo vetado un lado del pasillo, se encamina al otro. Por el camino se cruza con mas almas perdidas, los que tienen suerte al menos están buscándose, los menos afortunados (o no), ni siquiera se precupan por quienes son, o mejor dicho, quienes fueron. Y ella solo camina, hoy sin fuerzas para buscar en ojos ajenos, hoy solo hay algún "hola" tan cortés como triste.

Al otro lado del pasillo está el lugar favorito de nuestra muchacha (porque si, hoy vamos a excluir a nuestra gacela-ludópata reina del futbolín y del PingPong). Hay un gran ventanal luminoso con un rellano al que nuestra gacela le ha encontrado la utilidad de sentarse mientras canturrea bajito - no sabeis lo fácil que es aquí herir sensibilidades y herir al vecino -. Las ventanas, por supuesto, tienen barrotes, cuadrados que cercenan la vista, pero no impiden que entre el sol imbatible a acariciar el rostro de nuestra gacela. Un sol que recuerda a aquel otro del que fui luna...

Sentada en el rellano, piernas cruzadas, deja que el viento juegue con los mechones sueltos de su pelo. El aire en la cara, el sol en los brazos... por un momento parece que al menos la naturaleza juega a su favor.

A través de la ventana la vida sigue fluyendo, tal vez por eso nuestra muchacha mira e imagina un momento en el que su propia vida se acompase al resto del fluir vital. Ve un chico en pantalones cortos - y nos recuerda la depilación pendiente -, ve coches saltándose los pasos de cebra - y esto va a ser que estamos en el mundo real - y ve verde, mucho verde, como en la casa del capitán de barco... y hasta hay montañas al fondo. Libertad. Y Gacela imagina que, tras los árboles y las montañas, podría haber un timón de barco que tomar en sus manos. Hay una tripulación que espera.

[Escuchando KissFM, que no por ser Gacela-hospitalizada vamos a perder nuestra ñoñería]

lunes, mayo 16, 2005

Buenas noches, princesa

Tienes que darte otra oportunidad, las cosas pueden ser diferentes. Empiezan a serlo, si miras bien...

Estoy radicalmente de acuerdo con esa frase. Hay que darse nuevas oportunidades, hay que levantarse e intentarlo. Hay que seguir andando aunque no siempre veas la luz al final del camino, andar entre las sombras, a tientas si hace falta, andar y darse todas las oportunidades que seas capaz de darte.

Pero ahí está la segunda clave. Darse oportunidades, por supuesto, sin número, sin límite... mientras seas capaz. Mientras puedas. Todo lo que aguantes y el poquito más que se pueda cuando se ha acabado el aguante. Hasta ahí.

Y ese "hasta aquí" es forzosamente subjetivo, porque sólo uno mismo sabe cuándo las fuerzas dan para más y cuándo no. Desde fuera, puede verse una situación que mejora, pero si se han agotado las fuerzas, las ganas... será demasiado tarde. Desde fuera puede pensarse que siempre quedan fuerzas para un poco más (es un pensamiento con muchos adeptos, éste, y en él los que no encuentran esas fuerzas son reducidos a cobardes). Desde fuera pueden pensarse muchas cosas... pero una es la que carga con su vida diariamente como un fardo.

Siempre que puedas aguantar un poco más, hazlo. Siempre que puedas darte otra oportunidad, dátela, seguro que la mereces. Y cuando no puedas más... simplemente descansa, ninya. Deja que todo acabe, deja las lágrimas para otros, deja la angustia en este mundo y vete lejos, deja aquí la cabeza que no soportas, esa que va más rápido de lo que puedes escuchar, la que ha hecho cursos de tortura rápida con CCC... déjala, mi ninya, que son diez anyos. De venticuatro, diez anyos de lucha son muchos anyos. Y otros más fuertes o menos cobardes, ya no importa, podrán aguantar diez anyos y más, y decir que la vida es una batalla continua y que ahí está la gracia... pero tú estás rota y también tienes derecho a un descanso. Porque frente al deber de darse nuevas oportunidades, se alza también el derecho a descansar. Y llevas diez anyos de oportunidades, gacela, mi belle gazelle, has completado el círculo demasiadas veces, y si te has ganado ser feliz y no lo consigues, seguro que te has ganado también dejar de ser infeliz, y eso sí está en tu mano. Claro que querrías que las cosas fueran distintas, y ser más fuerte o tener más ganas o las dos cosas. Claro que querrías ir a la Feria del Libro este anyo y ser de nuevo la Robin Hood de los libros, allá en el Sherwood que es el Retiro. Y claro que querrías agarrarte a eso, y seguir en tu trabajo, transformando el mundo con la Utopía por bandera y patria; y conocer a esa pequenya forera que va a nacer en Granada; y volver a Marrakech, Dama Roja del desierto, siendo una vez más belle gazelle entre olores y colores luminosos, rojizos, madre tierra; y claro que querrías conocer tanto que hay por ahí, ciudades, personas, asomarte más al capitán de barco en el que se atisba un mundo interior mágico...

...pero cielo, tienes que dejar los ysis, los futuribles, las batallas perdidas. Porque dejando eso a un lado también se va la angustia, las lágrimas, la necesidad de hacerte danyo constantemente como único alivio, el aire que se escapa y se pierde, la casa asesina en la que te ahogas, el vacío que te come, las noches sin cenar porque para qué... Porque la única manera de acabar con los días negros que están por venir es cargarte los pequenyos momentos de luz que encontrarías también en el camino. Lo enfermo y lo sano, ya sabes. En algún momento hay que decidirse. Y esta es una batalla en la que, por una vez, juegas con ventaja.

[Escuchando... una cabeza que quiere amotinarse y coger el timón]

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martes, mayo 10, 2005

Tengo, tengo, tengo...

Tengo, tengo, tengo,
tú no tienes nada,
tengo tres ovejas
en una cabanya.
Una me da leche,
otra me da lana,
otra me mantiene
toda la semana.
Caballito blanco,
llévame de aquí,
llévame hasta el pueblo
donde yo nací...

Sabiendo que mis ojos no ven como deberían, que tienen la vista cerrada permanentemente en lo mismo y que por fuerza, tiene que haber más allá, tiene que haber cosas que soy incapaz de ver como si fueran transparentes. Tengo, tengo, tengo...

Tengo un padre que niega serlo, que va haciéndose las Europas y coleccionando medallas al mérito diplomático/político con la conciencia tranquila bajo la barba. Tengo media familia perdida por su parte, tengo una sobrina que no conocerá a su tía y dos hermanos mayores que nada saben de mí.

Tengo una madre que huyó de mí (y de ella?) marchándose a una isla en forma de caimán a miles de kilómetros, una isla que aún suenya y cree en ideales y donde ella puede que recobre la sonrisa perdida, militando que es lo suyo. Tengo una madre de la que estoy orgullosísima como persona, pero con tantas lagunas como madre que ha acabado borrando a sus hijos de su Historia y marchándose a construir Futuros en los que sí cree. Tengo una madre que no ha sido capaz nunca de dar la cara por su hija, porque odia discutir y se siente pequenyita. Tengo una madre que eligió a un padre ausente como condición para tener hijos, y que luego decidió sumarse a la lista de ausencias.

Tengo una tía, única hermana de mi madre, que piensa que su sobrina va montando numeritos aquí y allá, y que ha vetado mi entrada en su casa. Tengo una tía que en la entrega de regalos de Reyes, este enero, exigió que yo no estuviera presente. Tengo una tía con más poder que nadie en mi familia.

Tengo un hermano lejano, más preocupado por el destino de una propiedad común que por su hermana. Tengo un hermano que necesita alejarse de mí para construirse un futuro, y que no tiene problema en decírmelo claramente.

Tengo una casa en la que he conseguido transformar lo luminosa que era en sombras que me asfixian. Tengo una casa donde mi Bestia reina y yo obedezco. Tengo una casa que se ríe de la palabra Hogar, tengo una casa-prisión, una casa asesina.

Tengo un exninyo que me pidió tiempo hace tanto que si no fuera por lo maniática que es una con los números del calendario, habría olvidado cuanto. Tengo un número de teléfono que no puedo marcar, un portal de una casa que no puedo pisar, tiendas en las que no entro, supermercados en los que no compro, líneas de autobús que no cojo, espacio-tiempos en los que tengo prohibido coincidir. Tengo una ausencia que no se llena, un vínculo perdido y un saco de promesas rotas. Tengo jardines marchitos, seis hojas de mentiras garabateadas en mi libreta, dos cartas incompletas y un corazón desangrado.

Tengo un grupo de amigos en común con mi ex-ninyo a los que sólo veo cuando éste se marcha fuera de Madrid un fin de semana. Tengo un barrio entero marcado en el mapa, doliente. Tengo vínculos haciendo equilibrios en la cuerda floja para mantenerse bajo las nuevas condiciones.

Tengo ropa que no me vale porque he bajado dos tallas y apenas se me ve de perfil. Tengo una cocina que no uso y comida en la nevera desde marzo. Tengo tantas limitaciones -seguro que muchas autoimpuestas- que sólo puedo ahogarme.

Tiene que haber otras cosas, lo sé por la teoría, podría nombrar algunas, una casa en Valencia, una prima que hace sonreír y un trabajo-refugio, pero son las otras las que bailan una y otra vez ante mis ojos en forma de lucecitas de esas que danyan la vista e impiden ver más allá.

Tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada...
Caballito blanco, llévame de aquí...

(Escuchando "More than this", de... ops)

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miércoles, mayo 04, 2005

Lo enfermo y lo sano

Cuando era pequenya, a los cuatro anyos, y después de cambiar por otro al pediatra que insistía en que la ninya era una quejicosa y tenía gases, me diagnosticaron un estupendo Linfoma de Burkitt en estadío 3, ahí en mi intestino, haciéndose fuerte. Cáncer, palabra que no suele recibirse con sonrisas. Le pintaron a mi madre el bonito -y realista- panorama de un 30% de posibilidades de que la ninya tuviera oportunidad de hacerse mayor, y empezaron las operaciones -cuatro-, las sesiones de quimioterapia que se alargarían durante dos anyos, el uso de gorritos tipo La Casa de la Pradera, y el apelativo carinyoso de mi madre, "Coquito Pelado", o "Coquito Sabio". Y las vomiteras, el ir al colegio un día sí siete no, los celos de mi hermano y las vias cogidas en manos y pies... todo un mundo. Aunque no se quedó como un mal recuerdo: una aprendió a leer de corrido, escuchó infinidad de cuentos, aprendió a jugar al ajedrez (ehem... a mover las piezas, vale) y se hizo la tahúr de pediatría con las cartas, el dominó, los dados y el parchís de su parte.

La quimioterapia de los tempranos 80 tenía más efectos secundarios que la de ahora, y el mismo defecto, creo: arrasar con todo. Células sanas, enfermas, daban igual, todas a una a la calle. Una se quedaba hecha una piltrafa en miniatura, hubo alguna temporada de burbuja por eso de que tanto liarse a aniquilar células y nos habíamos quedado bajo mínimos. Pero era la quimio, y era la única manera de acabar con las células cancerosas: llevarse por delante una buena parte de las sanas.

La muchacha que escribe se puso bien, pasó revisiones y acabó superando los diez anyos de plazo una vez acabado el tratamiento: ya ni siquiera hacían falta las revisiones porque nos habíamos agarrado al 30% famoso. Y pasaron los anyos, y llegaron nuevas enfermedades, de otra índole pero con algunas cosas en común.

Una de ellas es la que tenía en la cabeza al escribir este post. Hace unos anyos que entraron en mi vida una práctica familia de medicamentos que luego irían y vendrían según la racha. El de hoy es la periciazina, ayer fueron otros, manyana... ya veremos. Y todos estos medicamentos siguen un patrón que me recuerda a esa quimio que no distinguía, la pobre, a qué células tenía que cargarse. Ralentizan los pensamientos, pero no sólo los autodestructivos, los enfermos, los descontrolados... los ralentizan todos, los bloquean por igual. Te atontan como única vía de descansar un poco de ti misma. Y es lo mejor, mejor eso que verse acosada por ideas que te poseen y que no controlas en absoluto, mejor que las voces incesantes en la cabeza... pero vuelve a sorprenderme que para acabar con lo malo es necesario prescindir de lo poco bueno que tenemos.

En la película LA CELDA (y si alguien no la ha visto a estas alturas y tiene interés, van a venir spoilers varios), una doctora se introduce en la mente de un asesino. Allí encuentra su dualidad: una parte malvada que le ha llevado a esos asesinatos, y una parte buena, atemorizada y empequenyecida, que teme a la Bestia -que es él también- por encima de todo, y que vive bajo la forma del ninyo que fue, escondiéndose en los rincones de la mente, anulada. No había ya forma de recuperar un equilibrio perdido demasiado atrás, así que llega el momento en que la médica atiende la petición del ninyo mental/parte sana, que quiere descansar... y le ahoga, porque es la única forma de poder acabar con la parte asesina/Bestia. De nuevo... para liberarnos de lo enfermo, lo asesino, la Bestia... es necesario matar a lo bueno, lo sano.

Es curioso que el patrón se repita tanto... no puedes acabar con lo malo sin llevarte por delante lo bueno. No puedes descansar de lo enfermo sin haber acabado también con lo sano. Triste... pero sin alternativas.

[Periciazinas, olanzapinas y demás inas, aquí] [La Celda, aquí]

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lunes, mayo 02, 2005

(Paréntesis)

Días de paréntesis entre la tormenta. Días de risas, de maratones de Friends, de brisa salada bajo el sol, de noches tranquilas en las que el sueño te arropa sin ser refugio desesperado, única solución para una cabeza siempre demasiado activa.

Días acompañada por más que buena gente, por personas de esas tan especiales que tienen un hueco asegurado en cualquier cielo que exista. En los que la soledad no atenaza, y tus voces no se crecen en medio de un silencio indeseado, indeseable.

Y hay sonrisas, y buena comida, y paella sin guisantes, y sofá para ver películas... y todo parece más sencillo.

Aún así, no se aparta de ti la certeza de que es un paréntesis, y que incluso dentro de ese paréntesis, por las mañanas en la cama te vienen pensamientos sobre tu no-futuro, y detallas minuciosamente cómos y dóndes.

Pero entre la risa y la calma, me gustaría poder llevarme un poco a casa.

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