miércoles, marzo 26, 2008

Rupturas

Hay quien piensa que soy rara porque permanezco cerca de mi ex, porque sigue siendo una persona muy importante para mí, porque nos vemos bastante y nos reímos juntos, nos hacemos regalos, seguimos compartiendo trocitos de nuestras vidas, aunque cada uno tenga una nueva pareja. Aun así, y aunque hoy ya no importe, yo sigo pensando que pudimos hacerlo mejor en su momento, cuando rompimos y cuando, un anyo después, pasamos por una fase de alejamiento que me costó muchísimo superar. No entiendo que haya que prescindir de las personas a las que se quiere, no entiendo ese romper recuerdos y seguir adelante sin todo lo que el otro puede seguir aportándonos.

O sí, lo entiendo, pero lo temo. Puedo entender que sea necesario en un momento dado, que se necesite apartarse del otro para poder encontrar el camino nuevo que se tiene que empezar a recorrer tras la ruptura. Que la presencia del otro no sirva más que para hacernos danyo. Que tengamos que romper no sólo con él, sino con los lugares, cosas, gente... que nos recuerdan esa etapa. Puedo entenderlo, pero mi opción es otra. Yo, en mis historias, voy a seguir intentando la tan manida frase de "...podemos seguir siendo amigos..." porque creo firmemente en ella. Creo que cuando no hay mentiras de más, cuando se controlan los reproches, cuando los dos han querido sinceramente, se pueden intentar minimizar los danyos y no causarlos innecesariamente -en una ruptura ya hay demasiado dolor como para causar de más sin ser necesario-. Aprender a reconducir los sentimientos, aprender a quererse de otra manera... y seguir cerca.

Y quiero creer que es posible, como lo hemos conseguido nosotros dos, y mejor aún, sin los reproches que hubo, sin las ausencias que en nuestro caso él sí necesitó, sin ese paréntesis. Porque confío en que cuando el amor se acaba, pueda ser civilizadamente y convertirse en una amistad enriquecedora. Porque cuando alguien te ha llegado a conocer tanto puede aportarte muchísimo. Y también porque lo contrario, prescindir de mis mayores vínculos, me daría demasiado miedo.

[La imagen que encabeza este post la encontré en un vídeo que colgó Jornalerodelagloria en su blog... Gracias!!]

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jueves, marzo 13, 2008

Fronteras

Estoy leyendo un libro que me regalaron mi ex y su novia por mi cumpleanyos, hace ya algunos meses. Es "La mano izquierda de la oscuridad", de Ursula K. Le Guin. Aunque me costó un poco entrar en la historia, ahora la estoy disfrutando mucho. Y además, hoy me he encontrado con un párrafo que me ha llamado especialmente la atención, de esos que merecen ser subrayados (sí, porque a veces subrayo mis libros, sacrilegio, sacrilegio!!).

El párrafo en cuestión le tenéis aquí:
¿Cómo odia uno a un país, o lo ama? Yo no soy capaz. Conozco gente, conozco ciudades, granjas, montanyas y ríos y piedras, conozco cómo se pone el sol en otonyo del lado de un cierto campo arado en las colinas; pero ¿qué sentido tiene encerrar todo en una frontera, darle un nombre y dejar de amarlo donde el nombre cambia? ¿Qué es el amor al propio país? ¿El odio a lo que no es el propio país? Nada bueno.
Y es que a veces me resulta tan ajena esa manera de aferrarse a un trocito de tierra, o a un trozo de tela, o a líneas imaginarias... Las fronteras utilizadas como arma arrojadiza, abismos infranqueables demasiadas veces.

Hace unos meses un amigo me preguntaba si estaba orgullosa de ser espanyola. Y no, no lo estoy, como no estoy orgullosa de ser madrilenya, ni creo que estaría orgullosa si fuera francesa o australiana. Simplemente porque creo que es una casualidad de la que no soy responsable, así como no soy responsable de los grandes logros o fracasos que hayan llevado a cabo otros espanyoles. Y no alcanzo a entender el amor a la Patria... así como no entiendo el odio a las "patrias" ajenas. Pero este amigo lo que no entendía era esa falta de apego a mi país...

A mí lo que me provoca cierta admiración, y por qué no, también pelín de envidia, es la gente que es capaz de construirse hogares aquí y allá. Quien salta de una ciudad a otra, de un país a otro, y más allá de fronteras, descubre, explora, siente, vive... y al final acaba siendo un poco de muchos sitios. Me parece una vida especialmente enriquecedora y que, por desgracia, también la veo muy lejana de mi manera de apegarme, no ya a la tierra, sino a mis afectos, a las personas que componen mi entorno.

Y bueno, en realidad este post se me ha ocurrido cuando estaba en el autobús leyendo, y sólo quería compartir con vosotros el párrafo que he citado... pero está claro que la capacidad de síntesis no es lo mío ;-)

Nota mental / recordatorio para otro día: Releer el libro "Identidades asesinas" de Amin Maalouf, y también comentarlo por aquí... es otra visión más acerca de lo que compone nuestra identidad y cómo nos aferramos a lo que sentimos más amenazado. También especialmente interesante.

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martes, marzo 04, 2008

Funambulista

Funambulista

Sabes bien, lo has escrito aquí muchas veces, que tu estabilidad es muy precaria, que a veces parece que basta que el viento sople un poco más fuerte de lo normal para que tropieces y vueles otra vez en caída libre hasta el abismo que conoces mejor que tu imagen en el espejo.

Como el funambulista principiante que cruza de lado a lado de la carpa del circo mientras le observan mil miradas expectantes, y al que un estornudo hace caer al vacío -no había red, nada amortigua el golpe-. Como el actor inexperto al que en el estreno de su obra teatral una inoportuna melodía de móvil en la sala hace que pierda la concentración y su mente se quede en blanco mientras sus mejillas se sonrojan, avergonzadas.

Seguramente porque construimos nuestras vidas en torno a pilares que situamos fuera de nosotros, y por eso mismo, escapan a nuestro control. En vez de hacernos un Yo fuerte, preparado para los cambios, que encuentre en sí mismo su energía y su estabilidad, tendemos -unos más que otros- a depender de factores externos, la pareja, los amigos, el trabajo... y cuando un pilar, a veces varios, se viene abajo, caemos nosotros con él, torbellino que te atrapa y lleva hasta la fosa marina en que se convierte tu vida.

Factores externos que te fortalecen o debilitan sin que tú tomes parte en ello, nuevamente espectadora de tu propia vida. Y ahora que uno de esos pilares se tambalea, te imaginas la columna que cae y se rompe en mil pedazos atrapándote bajo los escombros. Porque conoces a tu cabeza, que ya empieza a hacer de las suyas. Porque aunque intentas saltar a la comba sin tropezar, la caída se antoja inevitable. Y tus caídas siempre te llevan a la oscuridad más absoluta, negro vacío al que la vista no puede acostumbrarse.

Tiemblas otra vez...

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