lunes, junio 30, 2014

No me mandes a la cama

Algunos días son pereza y sopor. Remolonear en la cama hasta que dan las demasiadotarde, hacer un listado mental de obligaciones incumplidas, acumular dejadez en cada poro del cuerpo, rodar hasta el sofá y dejar que la inacción nos haga mimetizarnos con el dibujo de la funda que lo cubre. Hacer un cálculo simple para comprobar que, otro día más, has estado dormida más tiempo del que has estado despierta. Dejar que pasen las horas con el único objetivo de llegar al final de este día (también) y poder decir que has superado otro día más, otro de los que pasan sin pena ni gloria, sin dejar más rastro que tierra baldía tras de sí. Sólo otro día más, como si a fuerza de pasar hojas del calendario le fueras a acabar encontrando sentido a algún día futuro.

Pero otros días son distintos. Días que se ven venir desde la noche anterior, en la que a lo mejor te cuesta algo más dormir porque tu cabeza piensa en las actividades del día siguiente, que son pequenyos retos por ser actividades distintas a las habituales y con una utilidad clara, que te hacen ponerte el despertador y levantarte, por una vez, sin retrasos y con ganas. Con ganas de aprovechar el día, de enfrentarte a lo que traiga, sabiendo que tus minutos despierta pueden serle valiosos a otra persona a la que vas a apoyar junto a un buen puñado de otra gente solidaria y concienciada. 

Y tu cabeza va a mil por hora cuando te levantas, casi como hace mil o dos mil anyos, antes de que las pastillas, las gotas y las inyecciones pusieran radares de velocidad máxima ahí en tu cabecita loca y los pensamientos aprendieran a ir más lentos, lentos, l-e-n-t-o-s...

Y sientes nervios en un estómago en el que apenas entra un yogur, pero no son nervios de los que te paralizan sino nervios que te empujan a la acción, nervios que hacen que cuando sales de casa tu paso sea un poco más rápido del habitual y que no sientas el fresco del aire de primera hora de la manyana. Y con ese paso llegas a tu destino, que puede ser una casa de la que quieren echar a sus habitantes, dentro de la lógica de mercado bajo la que sólo quien puede pagar un techo tiene derecho a él; o quizás un banco donde atraparon los suenyos de algún incauto y ahora le exigen que pague céntimo tras céntimo a pesar de no tener ya casa, ni suenyos, ni céntimo alguno. O tal vez tus pasos te llevan a algún juzgado a presentar escritos para intentar que el juez de turno entienda que no puede dejar a una familia en la calle sin ofrecerles alternativas. O quizá sea a alguna de esas entidades que se supone que gestionan viviendas sociales para personas y familias sin medios, y que lo que en realidad están haciendo es vendérselas a fondos buitre para engrosar las arcas con las que pagar los sobres, las comisiones, los sobornos y una deuda ilegítima que se ha vuelto más importante que la sanidad o la educación. 

Esos días son distintos. Son días valiosos, que no pasan como uno más. Son días en los que te alegras de haber estado despierta tantas horas, porque los minutos han tenido un sentido. Y por eso, hay veces que me empenyo en alargar hasta altas horas de la manyana esos días en que me siento bien. Seguiría tomando algo con mi gente, seguiría despierta y activa y en la calle, porque luego nunca sé cuándo va a volver un buen día. Quizá pronto, pero quizá no tanto. Así que entiende que cuando estoy en lo alto, arriba, en mi cumbre, no me quiera dormir. Duermo demasiado los días de dejadez. Cuando tengo días en los que me siento activa, viva... no me mandes a la cama ;-)