Vértigo
Hoy quiero compartir una buena noticia con vosotros (o los pocos vosotros que sigáis asomándoos a este espacio de cuando en cuando ;-) Porque igual que he llorado aquí, que me he derramado, que me he expuesto... hoy quiero contar un pequenyo-gran logro.
Llevo tomando medicación más de la mitad de mi vida. Empecé a estar en tratamiento allá por los quince o dieciséis anyos y ya paso de los treinta. Ha sido un tiempo casi ininterrumpido de píldoras de colores, de gotas amargas disueltas en algo dulce que escondiera el sabor, de ermpezar cada manyana invariablemente con el ritual ("pásame el blíster") y de durante demasiado tiempo, repetir esa acción alguna vez más a lo largo del día.
Los últimos... dos anyos aproximadamente, he visto reducir las dosis. Quitar los antidepresivos sin por ello caer en un estado de apatía o lágrimas a punto de desbordarse. Dejar los ansiolíticos ya sólo para cuando los necesitara realmente y no pautados cada día. Aprender a dormir sin tragar antes circulitos blancos que trajeran al suenyo de la mano.
Y hace unas semanas, la última de ellas. "Para la cantidad que estás tomando, bien te la podríamos quitar". "Pues la quitamos".Y dicho y hecho, el antipsicótico fuera también.
No lanzo las campanas al vuelo, la medicación más fuerte de las que tomaba es un inyectable de liberación prolongada que me siguen poniendo mensualmente, y para quitar ese aún quedará tiempo, si es que lo consigo. Pero acabar con la rutina matutina de la pastilla diaria, después de más de quince anyos, es una pequenya-gran liberación.
Que da también un poco de vértigo, sí. Porque ya no puedo acharcarle tanto cuando me siento lenta o tonta a la medicación, y porque tal vez ya no soy tan rápida de pensamiento como fui en el pasado, independientemente de que tome o no pastillas.También porque tengo que reaprender a sentirme nerviosa, inquieta, irascible, con malos días o incluso malas rachas... como sensaciones normalizadas, y no sensaciones que hay que matar tomándose una pastilla que las inhiba. Y eso lo tiene que reaprender también mi entorno más cercano, es un aprendizaje conjunto.
Y da vértigo también porque durante mucho, mucho tiempo, la enfermedad, mi enfermedad, ha sido parte clave en mi identidad. Yo he sido mucho tiempo una enferma, así etiquetada, de cara al resto y quizás más aún de cara a mí misma. Y reaprender que puede que esa sea una parte de mí, sí, pero cada vez más chiquita, y que la acompanyan muchas más características, muchas otras cosas buenas y menos buenas que también me describen y me definen... es otro aprendizaje que también da sensación de vértigo. Si dejo de ser una enferma algún día -por muy crónica que sea mi etiqueta-, ¿qué seré, qué espacios dentro dejaré libres y con qué los rellenaré?
Y también está, claro, el miedo a las recaídas. Antes he puesto un "casi" cuando decía que he seguido tratamiento de forma ininterrumpida durante estos últimos quince o dieciséis anyos. Una vez lo interrumpí, no porque estuviera preparada, sino por falta de entendimiento con mi psiquiatra de entonces. Abandoné todo tratamiento y el resultado fue un caos y una caída en picado. No es en absoluto la misma situación, pero... el miedo a "¿y si no puedo?" sigue ahí. ¿Y si necesito contención química permanente, y si la vida y sus sensaciones son demasiado para mí? ¿Y si mi cabecita loca se pierde en el camino, y si vuelve el desaliento, los pensamientos obsesivos, la mente desatada? ¿Y si, y si...?
Pero a veces hay que saltar a pesar de los miedos. Liberarse poco a poco de las ataduras también es liberarse poco a poco de la química que te ayuda y te embota la cabeza casi a partes iguales. Y reencontrarse con un Yo quizá algo más vulnerable, quizá sin tantas redes para prevenir caídas, pero que va aprendiendo a caminar sin ir permanentemente de la mano, que aprende a montar en bicicleta ya sin ruedines.
Vértigo, sí. Pero ganas... todas.
[La imagen que encabeza este post es "The Prisoner", de Luke Chueh. Puedes ir a su web haciendo click en su nombre.]
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