Gritos de colorines
Tengo un grito dentro al que mantengo encerrado porque sé que si sale sería demasiado grande y rompería los cristales cercanos; y, como un huno, aplastaría el césped sin que pudiera volver a crecer ninguna semilla otra vez; sería un alarido ensordecedor y quizá todo el que estuviera cerca cuando el grito escapase perdería la capacidad de escuchar jamás de nuevo (o al menos, seguro, de escucharme a mí).
Trago saliva y cucharadas de miel para ver si el grito baja por el esófago y no se me queda enganchado en la garganta, donde me provoca una tos molesta que hace que la gente me mire con el ceño fruncido.
«Por favor, silencio, ¿no ha visto el cartel? Aquí no puede toser y carraspear así, señorita; vaya al baño y beba unos sorbos de agua y tráguese o ahogue esas toses incómodas, esos sonidos inoportunos. No hemos venido a que su incapacidad respiratoria y de tragar, tragar con lo que toque, también esos gritos suyos dentro, nos fastidie el día.»
Trago más saliva, me preparo un vaso de leche templada con miel y más miel, me guardo el grito y los cristales por romper y la sordera selectiva, todo muy muy dentro donde no se oiga cómo mis paredes internas se astillan en infinidad de trozos afilados que se clavan tan fácil. Y allí, en la profundidad de mis entrañas, mi grito me sigue arañando, constante y despacio, creciente. Pero no molesta o no molesta tanto, o no les molesta tanto; y al fin y al cabo no me pidieron que no tuviera arañazos en el estómago y en el alma y en los sueños y el insomnio, pero sí que no gritara así, que no armara escándalo, que esas no son maneras ni formas ni nada, ¿qué te cuesta ser más amable, más sonriente, menos hostil, ay, chica, qué mal humor arrastras siempre?
Me acuesto y me levanto con el grito amargo que se me clava dentro. Un grito que a mí y supongo a quienes piden silencio nos llega a parecer monstruoso, pero que cuando reúno palabras e imágenes para hablar de él, solo sé escoger un tono semi lírico, semi irónico; y una imagen colorida con trazos infantiles. Para que incluso cuando solo aquí me permito mencionar que tengo un grito dentro -como si hablar de gritar se pareciera a gritar en sí, fuera igual de terrible y devastador-, la propia mención quede amortiguada por colorines y por muñequitos.
Y eso, que todo bien.
Etiquetas: Personal e intransferible