Sentimiento crónico de vacío y desesperanza
Esta frase la encontré cuando, hace mil años y alguno más, quise buscar en manuales psiquiátricos que encontré en Internet los síntomas que se agrupaban bajo el epígrafe con el que me habían etiquetado. Leí la lista, vi que cumplía con unos cuantos y otros me resultaban más ajenos, y seguí con mi vida como buenamente pude o supe. Aunque alguna de esas frases resonaran en mi cabeza como lo que serían a partir de entonces definiciones de lo que soy, de lo que puedo llegar a ser, de lo que está fuera de mi alcance.
Sentimiento crónico de vacío y desesperanza. Y pareciera que todo mi Yo debiera englobarse ahí dentro, en esas seis palabras con las que es difícil cargar, tan limitantes, tan oscuras. "Vas a sentirte siempre vacía, podrás tener amigos, amores, proyectos varios, que ninguno te llenará ni servirá para paliar tu vacío interior", como profecía que suena a aquella del Dios contrariado expulsando a Adán y Eva del Paraíso. Y pesa la sentencia, pesa hasta hacerme encorvar, cuerpo encogido sobre sí mismo.
Y mira que han pasado los años -mil y alguno más-, y ya hace tiempo que miro los manuales psiquiátricos de otra manera, ya no busco en ellos respuestas ni parecidos y el mismo DSM me parece parcial y hasta desacertado en ocasiones, instrumento de un sistema de control social contra el que me rebelo, en otras; pero aun así sigue pesándome encima el síntoma eterno, perenne, crónico: ese sentirme vacía y desesperanzada.
¿De veras nada puede llenarme? ¿O es quizás que, renunciando a hacer cosas, renunciando a implicarme, a mojarme, a arriesgarme a salir a espacios fuera de mi control... me he quedado con tan sólo dos o tres cosas entre las que moverme sin salir de mi zona de confort, y así, tengo demasiados momentos vacíos que me cuesta llenar y en los que me es mucho más fácil recordar lo vacía que estoy, lo vacía que me siento? Igual no es cuestión de que esté vacía yo, aquí dentro, sino de que hay demasiados segundos, minutos, horas... que sí están vacíos de actividades, en los que sólo miro a la nada desde el sofá o elijo dormir bajo el edredón que me hace olvidar el frío.
Sentimiento crónico de vacío y desesperanza. Sí, vale, bien, esa es mi tendencia. Pero igual que un pez que remonta la corriente del río, quizás no necesariamente tengo que dejarme llevar siempre y en todo momento por mi tendencia natural, aun aceptando que sea esa. Y quizás hay que partir por buscar cosas que hacer, aunque no me entusiasmen de primeras, aunque me cueste ir al principio -o a la mitad siga costando-, aunque no sean lo que de repente da sentido a mi vida. Una vida no cobra sentido por salir de casa todos los días para hacer algo, por pequeño que sea este algo, pero al menos tendría menos tiempo para pensar en lo vacía y desesperanzada que me siento.
Ya lo he pensado, ya lo he escrito. ¿Cuándo lo traslado de la mente y la pantalla del ordenador al despertador matutino?