No es un agosto fácil, no está siendo en absoluto un verano sencillo. Algunas grietas aparecieron en las columnas que sujetaban la/mi estructura, aparentemente fuertes, ya el 10 de julio; el 23 de ese mismo mes el cielo amaneció demasiado gris y en la carretera se desató la tormenta amenazante; el 25 hubo un terremoto brutal que se llevó por delante todos mis espacios seguros y la propia seguridad que hubiera dentro de mí -y no soy la única víctima, hay heridos que aún no articulan palabra ni siquiera para nombrar dónde duele-, y las réplicas fueron sucediéndose en los siguientes días para asegurarse de que no pudiera dormir tranquila ni sentirme a salvo; la noche del 11 al 12 ya de agosto unos lobos salvajes derribaron una puerta cuyas bisagras habían quedado tocadas por los temblores previos, estuvieron horas dando dentelladas aquí y allá y esta vez casi vi devorar a ese chico de ojos uy-poquito-sonrientes del que tantas veces he hablado en este espacio, y aún las heridas de tanto mordisco siguen ahí y los médicos desconocen su alcance y sus secuelas; y todavía quedó rato para que pocos días después, el día 15 de agosto, en vez de disfrutar en la verbena me tocase esconderme en la oscuridad tapada con las hojas de papel que pude encontrar para defenderme de una temperatura insólitamente baja para la época del año.
Pero las últimas dos entradas de este blog han sido eso, hablar de esos desastres provocados, de esa mierda, de ese dolor. Y no solo los libros nos salvan de la mierda, que lo hacen y ojalá nunca falten... también los vínculos nos salvan, los afectos. Y hoy quería regalarme el traer y guardarme aquí este regalo que me hizo uno de esos vínculos, uno de esos afectos, una amiga reciente y ojalá la hubiera conocido antes y ojalá esté también cerca muchos más años después.
Esto es del 5 de julio, antes de que se levantara el vendaval que me está haciendo dar traspiés una y otra vez, caída con las rodillas ya desolladas. Esto me lo escribió S., no sé si consciente de cuánto me abrigarían sus palabras cuando de repente empezase una helada inconcebible en julio en este hemisferio. Cuánto me siguen abrigando. Os dejo un poquito con ellas aunque las recibáis distinto, aunque no podáis saber cuánto calor me dan aquí dentro entre la escarcha que se me cuela por las rendijas de mi ventana; de mi piel que se agrieta, se abre, se rompe rasque o no; de mis ojos que lloran más de lo debido estas noches, esta parodia de verano:
Pequeña, enérgica Gacela
Que de llegar a lamentarse
Construye fortalezas
Cada cual más interesante
«Acelerada», dijo
«Tengamos cuidado pues»,
respondieron
Debió de ser que sentir vitalidad
Después de tanta pared fría y tanta melancolía
No les terminaba de parecer
Pues eso de cuestionar
condenas implacables
Tantos años antes
No parecía proceder
Dueña de su vida
De sus propias decisiones
«¡Qué locura!
¡Por favor, métanme otra vez
que he recuperado ganas de la vida y eso tampoco lo veis bien!»
Volvería con ironía
Y esa sonrisa pícara
Vacilándoles con más razón
que la que ellos quisieron predicar
A ellos,
los hijos bastardos de la Biomedicina
A quienes quisieron sentenciar su vida
Y la de nuestras compañeras
Y compañeros
Y también la mía
Cada vez que responde por ella
Responde por muchas
No como excepcionalidad
Sino como quien supo y pudo averiguar
Qué era eso de la escucha
Como quien pudo averiguar qué era eso de escuchar las propias voces
Sintonizarlas con las de otros
Y decir «hagamos algo entre todes»
«Como una lavadora rota.
¡Mi cabeza!»
Dice entre risas.
Acelerada.
Antes irreparable.
Ahora a mil revoluciones.
Lo suficiente
Como para tener que correr para alcanzarla
Porque su ingenio va más rápido
Que ella misma
Y a veces tenemos que recordarnos
Por dónde iba.
Esté como esté, danza
No sé si lo sabe
Pero existe danzando
A veces me maravilla
y otras me mareo
Porque no puedo seguirla
Danza, se balancea,
Sonríe y mira
Y si te aprendes sus movimientos
Puedes saber cuándo te acompaña
Cuándo necesita compañía
O cuándo os estáis acompañando sin juicios moralistas
Y eso para mí es magia
Y es que yo soy más de magia que de ciencia
Porque eso de delirar tranquilas
Y que no traten nuestra existencia como si fueran mentiras…
Unos dirían que cura
Pero yo digo que me devuelve la vida
Repone las ganas y el ánimo
Que procuran comerse
los grandes demonios de la ciudad
día a día
Pasó que de estar loca
Además de que podría ser la loca de los gatos
También lo es de los libros
He perdido la cuenta de sus recomendaciones
No supo qué era eso de «estudiar» en la Universidad,
pero no le hace falta
Porque después de dar con ella, y con los demás escuchadores
Ni Foucaults, ni Coopers, ni Guattaris ni Deleuzes
Además, una loca de los libros
Tiene la libertad de elegir lo que lee
No sé cual es la línea que separa al lector del estudiante
Imagino que el grado de placer
(Me invento esta línea divisoria)
No se ha perdido nada
Porque las hostias dialécticas
Que reparte ella
Son las que necesita la Academia
O mejor no
A la Academia ni agua
Nos hacemos flaco favor si no
O ya ni sé, prefiero no pecar de hipocresía (no más)
La loca de los libros
Adicta a los libros
Fotos de sus libros
«Si pudiera comprarlos…» pensaba yo siempre un poco entristecida
Yo me di a los pdfs
Y a las bibliotecas
Porque eso del capital cultural en las estanterías de mi casa
No cabía
No por falta de espacio
Sino porque primero iba la comida
Y qué burra e inocente yo
En mi lamentable corrección
Que mucho predicar la crítica
Pero no sabía qué era eso de tomar lo que quería
Sintiendo el leer un lujo
Y el adoctrinamiento una porquería
Y danzando ella
Ella danzando entre sudores
Entre picores y sonrisas
Decía
«¿Lo quieres? Lo pillas»
Y danzando ella
Ella danzando entre sudores
Entre picores y sonrisas
Llenaba su bolsa de tela violeta
Cual señora en la frutería
Su bolsa violeta llenaba
A juego con su vestido
Como una primavera danzando
Risueña y comentando
«Este es el de “Cuéntame”, ¿No?»
Con un poemario debajo del brazo
Y yo fascinada
Con sus dotes interpretativas
Y su picaresca
De inocente y loquita señorita
Inocente y loquita
¡JÁ!
«Me lo pones difícil.
Si no me dices que te gusta
Yo cojo lo que sea
A intuición ágil»
Y siendo ella la loca de los libros
Y yo la de los acordes mal rasgados
Aun autocensurada
Cogía, cogía y cogía.
Pasó que yo sólo aspiraba a pasear y mirar por aquella feria
Ansiosa y frustrada perdida
por no tener lo que quería
Y volví con una bolsa de tela violeta
Llena de historias de mujeres más o menos violentas
Alegre y feliz
Y queriendo leer la nueva picaresca
Ojeando libros de vuelta
Con los ojos, con las manos y sin cautela
No reparé en el mensaje que me regaló, grabado en su bolsa violeta
«Las mujeres que leen son peligrosas»
«Ojalá algún día lo suficiente» pensaba yo inquieta
Aprendida la lección
Volví con un sentimiento de liberación
Y el pecho menos pesado
Acostumbrada a respirar por escotillas
«Si en la vida no te dan nada o todo te lo quitan entonces…
¿Lo quieres? ¡Lo pillas!»
(No hay gracias suficiente para darte por regalarme esto. Cuando haya sobrevivido -que sobreviviré también- a esta estación, y haya conseguido llegar a un otoño o un invierno donde haga menos frío que en este verano absurdo, dañino e hiriente... será también por esto, por ti, por todas esas palabras como estas que me has regalado, todos esos libros como esos que llenaron una bolsa morada en el Retiro en junio, y todos esos vínculos como este nuestro que tejemos juntas... palabras, libros y vínculos que tienen esa maravillosa capacidad de salvarnos de la mierda 💜)
[Si como supongo, quieres leer más cosas de mi amiga S., puedes asomarte a su blog "Límite mental (espacio para el drama desde las vísceras de una posmo irracional)" y descubrirla a sorbos, disfrutando del viaje a sus entrañas]