Intentando aparcar por un rato la sensación de que el pecho nos aprieta demasiado, la lluvia se multiplica en nuestro interior y la maldita mala suerte de que a veces parezca que todo se junta... sigo con lo que tocaba, la segunda parte del post anterior. Pequenyas migas del libro Kafka en la orilla, para abrir boca, para contar un poco de mí a través de sus letras. Y dice el libro...
Lo que yo deseo es una fuerza que me permita ser capaz de recibir todo cuanto proceda del exterior y resistirlo.
Lo que yo querría es que las cosas del exterior no me afectaran tantísimo. Que mi estado de ánimo no fuera tan variable, que no me tuviera que arrojar al suelo sólo porque viene una ráfaga de aire, que no fuera como un junco que sí, que nunca llega a romperse, pero siempre está a merced del viento. Querría ser más fuerte, ser capaz de manejarme en mi vida cotidiana sin tantas lágrimas, sin tanto miedo.
Junto al mundo que habitamos existe otro mundo paralelo. Hasta cierto punto es posible penetrar en él y regresar después sano y salvo. Si prestas la debida atención. Pero, a la que trasciendes cierto lugar, entonces ya es imposible el retorno. Pierdes el camino. Es el laberinto.
A veces la cabecita loca que tengo sobre mis hombros se aleja de este mundo, primero un poco, luego parece que corriera en dirección contraria a él. Mientras me alejo, tiro migajas de pan por el camino, como Gretel, pensando ingenuamente que así encontraré el camino de vuelta a mí. Pero no cuento con los pájaros que devoran las migajas, no cuento con que caerá la oscuridad y en ella no brillarán las piedras con que creo senyalar el camino. Y acabo perdida, camino extraviado, ninya en el centro de un bosque cuyos lindes se alejan de mis pies avance en la dirección que avance...
Un recuerdo es algo que te caldea el cuerpo por dentro, pero que, al mismo tiempo, te desgarra por dentro con violencia.
Mis recuerdos son refugio cálido que derrite el hielo que a veces me llega de fuera. Son arma contra las pesadillas, agua fresca en mis manos, sol tibio en el pelo recién lavado. Pero los recuerdos pueden ser un arma de doble filo... podemos aferrarnos tanto al pasado que no dejemos sitio para que entre el futuro. Cegarnos con ellos y sentarnos, piernas cruzadas, recuerdos en nuestro regazo... y olvidarnos de la necesidad de seguir andando, descubriendo manyanas por llegar. Por eso hay que encontrar el punto adecuado y recordar, siempre recordar, pero sin dejar de caminar, sin dejar de enfocar la mirada al horizonte hasta hacerlo nuestro.
Claro que hay recuerdos que duelen, pero muchos de ellos -la mayoría- pueden transformarse en esas pequenyas estufas que nos dan calor por dentro, sin quemarnos, como si camináramos con fuerza por encima de unas brasas, sin sentir dolor en nuestros pies. Aprendiendo a rescatar la sonrisa que encierran dentro. Para que el recuerdo no desgarre y sólo caldee nuestro interior.
Y ya está, dejo a Kafka en la orilla de su playa y ya os contaré si me encuentro con perlas nuevas que compartir en los siguientes libros que esperan por venir.
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