Paredes blancas, mesas verdes (V) // Dos semanas y un día
Llegar al límite otra vez. Rebasar los límites. Pasearse por el límite, un pie a un lado de la imaginaria línea entre cordura y locura y otro del lado contrario. Saltar sobre la línea roja que marca el límite hasta deshacer con los pies la arena de la que está hecha. Sufrir. Llorar. Perderse en una cabeza que no responde. Echar de menos. Esquivar el suenyo. Ser sólo una voz pequenyita entre todas las voces que parecen asamblearse en mi cabeza sin respetar siquiera el turno de palabra. Tener nula capacidad de control sobre el pensamiento. Perder poco a poco la capacidad de control sobre las acciones. Tormenta, descontrol. Sentir la sensación de fracaso grande sobre mí, devorándome, dejando sólo migas que el viento disipa con un soplido.
Sentirme también carga, preocupación extra que mi entorno se echa sobre sus hombros, intentando salvar lo insalvable, abogados de un pleito ya perdido de antemano. Defraudar. Defraudar. Coger las esperanzas que habían puesto sobre mí y deshojarlas como margaritas arrancadas a la tierra, deshojarlas mientras mueren, mientras los veo transformarse de esperanza en decepción.
Fustigarme con látigos que no dejan huella física pero sí cicatrices que sangran en algún sitio: en las ganas, en la sonrisa, en el ánimo, en el alma si hubiera algo así.
Tristeza. Lágrimas que resbalan una tras otra y tras otras y tras otra hasta dejar surcos en el rostro y los ojos enrojecidos por el llanto. Soledad. Guardar las palabras dentro, donde más danyo hacen, porque fuera no hay nadie para escucharlas. Volcarlas en un papel para que dejen de rebotar por las paredes de mi cabeza, para ordenar un poquito este caos que soy Yo por dentro, que me llena y rebosa. Hablarme a veces bajito, en un susurro, para oír una voz amiga cerca.
Picor. Picor. Un cuerpo que también se rebela y dice "hasta aquí" y se separa de mí lentamente, huye mordiéndome en su huida hasta que me rasco y me salvo arrancando piel, quitándome capas como una serpiente que muere y renace después. Pero yo no renazco porque no tengo fuerzas para un parto, para encontrar un camino, para seguir avanzando hacia ningún sitio.
Cansancio. Agotamiento. Ya ni rabia porque para la rabia se necesita una energía que ya no tengo. Preocupar y preocuparse. Preocupar a quienes me han dado armas para defenderme, cuidados para protegerme y hasta tuppers para comer... sin que nada consiguiera evitar esto. Y a su vez, preocuparme por Ella, Ella frágil, vulnerable e inestable a quien he cargado con más en un momento difícil para ella que no sólo no he podido evitar sino que además la he dejado sin el ¿poco? apoyo que yo le pudiera dar.
Preguntarme una y otra vez cómo he podido retroceder tanto en tan poco, cómo puede ser que esté otra vez aquí, tres anyos después de nuevo entre mesas verdes y paredes blancas (y ahora también sofas tan verdes como las mesas). Aquí, donde ni siquiera pactan conmigo un tratamiento sino que lo imponen; aquí, donde mi voz no vale nada y mi contacto con el exterior está tan limitado, y yo estoy tan sola. Tan sola sin ti, a miles de kilómetros, y sin ellos, más cerca pero con muros que se levantan y nos separan.
Y sentir que esto es sólo el principio, que a pesar de lo abajo que estoy ahora, puedo caer más. Presentir esa caída, casi oír el chocar contra el suelo de mi propio cuerpo desde lo alto a lo más bajo. Entrechocar de huesos y costillas rotas. Otra vida felina perdida, y ya no sé si me queda alguna más. Y, desde un cansancio que sé que me impide pensar con claridad, casi te diría que espero que no me queden más, que con esto estén agotadas las siete y pueda descansar. Porque empiezo a sentirme atrapada, como hace tanto tiempo, raíces ancladas a un suelo en el que no sé si quiero estar, y suenyo demasiadas noches con tener una buena sierra en mi mano que me libere.
[Escrito mezcla de lo que escribí el jueves 27 de junio de 2013, segundo día entre paredes blancas y mesas verdes, (tres anyos después) y algún anyadido de esta noche donde de nuevo la cabeza se me rebela, como tantas otras noches y días. La imagen que encabeza el post es de Luke Chueh, puedes acceder a su web haciendo click en su nombre.]
Etiquetas: Paredes blancas y mesas verdes
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